En este mariano mes, doy mis estrepitosas felicitaciones a las madres que en el mundo son.

Por Óscar Domínguez Giraldo*

A la primera mamá

Querida mamá Eva: 

Copiándome de alguien, le confieso que tiene usted la edad de los sueños de todos los hombres que contaminamos el mundo. Llegué a esa conclusión después de realizar la prueba del carbono 14 del afecto que le tenemos.

Sin faltarle a la coquetería, le cuento que los antropólogos han descubierto su edad gracias a excavaciones hechas cerca de Ciudad del Cabo, Sudáfrica: usted tiene algo así como 117.000 años. Sus medidas eran 36-37 que nada tienen que ver con el 90-60-90 que deben acreditar las bellas de la era digital. Los antropólogos piensan que el 36-37 era el número de la frágil huella plantar que dejó grabada en la arena un día que, bravita con el único amor de su vida, se fue de playa. Había inventado dos pecadillos: la ira y la desobediencia.

Siempre según los antropólogos, sus encantos cabían entre 1,55 y 1,65 centímetros a la sombra, o sea que estaba más cerca de Natalia París que de Tatianita de los Ríos. De esta forma, en una época que no pagaban ni el mínimo, Adán tenía que gastar poco en cosméticos y casi nada en hojas de parra (después del episodio aquel de la calumniada serpiente. Si la serpiente no la tienta seríamos la diezmillonésima parte de nada. Gracias, mamá Eva, por caer en la tentación).

El resto lo hemos sabido por el Génesis que en una afortunada síntesis – lead la llamamos en la jerga del periodismo- dio en par patadas la noticia más grande que se haya producido: “En el principio hizo Dios el cielo y la tierra”. Leído este párrafo de entrada se puede ahorrar uno la lectura del resto de la Biblia. 

Un poco tarde, déjeme decirle que cuando Adán le dijo a Dios que usted era la culpable de haberlo hecho comer el fruto del árbol prohibido (Gen. 2,12), no tenía mi vocería. Los sapos, con perdón de nuestro primer papá, no son mi fuerte.

Le pido disculpar al primer hombre. Los varones estamos todavía en obra negra. No nos han acabado de hacer, como los celulares. Entenderá que uno con Dios respirándole en la nuca, como le pasó a Adán, no dice nada sensato.

Una inquietud: ¿Lo de ustedes fue amor a primera vista o les tocó decir: uno no se enamora del que quiere sino del que puede? ¿O usted es de las que cree que todo nuevo amor siempre es el primer amor?

Mamá Eva: le cuento que me gustaría conocer más detalles sobre la conversación que sostuvo con la serpiente que la hizo caer en la tentación (Gen. 3,1). Creo que con el resto de esa charla se puede escribir un “best-seller” de esos que escriben los mayordomos que hurgan en la vida íntima de sus expatronos. En dos días estarían vendiéndose en los semáforos sus memorias pirateadas.

Dejo constancia de que nunca estuve de acuerdo con que usted haya sido hecha de una presa tan prosaica como una costilla de Adán. Dios pudo haber escogido una partecita mejor. Con todo respeto por el de arriba, pero ahí se le fueron las luces. Seguramente lo hizo para demostrar que hace lo que le da la gana.

En lo que Dios no se equivocó fue en que no era bueno que el hombre estuviera solo (Gen. 3,18). Al fin y al cabo, uno se casa para tener con quien hablar, dicen. Apartamentos sin ternura de mujer están mandados a recoger. 

«No me cabe duda de que las mamás que en el mundo han sido, son una prolongación suya, mamá Eva. Yo no sé por qué todavía no le hemos levantado una estatua. En usted felicito a todas las mamás y reinas del mundo. Estoy seguro de que ustedes son el mejor invento que ha producido la humanidad… después del sueño, claro. (el sueño, aclaro, es para seguir soñando con ustedes)»

Pensando en ustedes escribió la francesa Margarita Duras: “En la maternidad, la mujer deja su cuerpo a su hijo, a sus hijos. Están sobre ella como sobre una colina. La comen, tamborilean sobre ella, duermen sobre ella y ella se deja devorar. Duerme a veces mientras están sobre su cuerpo”. No es fácil seguir siendo hombres si pensamos que nunca estas metáforas serán para el macho alfa. Si no aguantamos una misa con triquitraque, mucho menos un parto. Qué cobardes somos, mamá Eva, pero es con mucho gusto.

Expulsión del paraíso. Charles Joseph Natoire 1740. Foto: Met museum

Claro que igualmente bella es esta definición de madre que dio un niño: “La mamá es la piel de uno”. Y un poco menos certera la siguiente, de otro niño cuando le pidieron que definiera a la mujer: “Humano que no se puede reparar”. 

No me cabe duda de que las mamás que en el mundo han sido, son una prolongación suya, mamá Eva. Yo no sé por qué todavía no le hemos levantado una estatua. En usted felicito a todas las mamás y reinas del mundo. Estoy seguro de que ustedes son el mejor invento que ha producido la humanidad… después del sueño, claro. (El sueño, aclaro, es para seguir soñando con ustedes, y perdóneme la falta de sinónimos). 

En lo que sí tiene toda mi vocería su esposo Adán es en el epitafio que le dejó escrito y que leí en el libro “Diario de Adán, diario de Eva”, de Mark Twain, que recomiendo leer y releer, así usted nos dé duro y a la cabeza: “Donde quiera que ella estuviera, allí estaba el Edén”.

No le quito más tiempo a su eternidad.

El primer beso. Salvador Viniegra y Lasso de la Vega, 1891.

Tardía respuesta de mamá Eva

Pedacito de alcornoque:

Desde mi femenina eternidad sin estrés le respondo su carta que me envió hace tanto tiempo que el alemán aquel todavía tenía la memoria de Funes, el personaje de Borges. Como por aquí vivimos sin reloj que es el otro nombre de la prisa, sólo ahora voy al grano.

Con Adán, vivíamos rico, felices e indocumentados. El eco, para no ir muy lejos, era la CNN de entonces. No se conocía coca ni morfina, como dice el tango. Se podía hacer siesta. De hecho, nosotros la inventamos. Mejor dicho, entre Adán y yo inventamos todo. (No puedo soltarle prenda sobre el resto de la charla con la serpiente. Discreción obliga, así digan que las mujeres tenemos fácil la lengua). Solo le digo que lo de la serpiente tiene mucho de leyenda. Por ejemplo: que dizque comí manzana. Paja. El Génesis no la menciona. Yo también callaré la jeta en este asunto. No hay que decirlo todo de uno. Se vuelve una muy predecible, dirían las feministas. Solo anotaré – como diría Judas- que predestinación mata libre albedrío. Pero mi condición de mi primera mujer no se lo deseo a mi peor amiga ni a mi mejor enemiga…

Puedo decirle que Adán fue el primer partero de la historia. Al principio no sabíamos por dónde iba el agua al molino sexual. Como preguntando se va a Roma, por fin tuvimos a Caín y a Abel. No había literatura sobre educación sexual. Tocó juntar lo que yo no sabía con lo que Adán ignoraba, y así hicimos a nuestros críos. 

Adán y Eva fuera del paraíso. Grabado de Jan Luyken. Amsterdam, 1712

Caín era buena papa pero se dañó en las prestadas. No sé de qué Almanaque Brístol sacó Adán semejante nombrecito. Lo que tengo bien averiguado es que desde entonces a ningún taita se le ha ocurrido ponerle semejante alias a uno de sus vástagos. También le confieso que desde siempre, las mamás decimos la misma mentira piadosa: que queremos a los hijos por igual. Pero las madres tenemos nuestro corazoncito (aunque no soltamos prenda sobre nuestras preferencias).

Abel no quebraba un plato (comíamos en hojas de bijao, una especie de hoja de plátano) y nos hacía la vida posible. Era muy buena gente. Parecía un testigo de Jehová de esos que tocan a las puertas de las casas con su apellido grabado en la camisa por si se pierden…

«Ahora mis colegas de eterno femenino de la era de la pandemia por el Covid-19, dizque se han liberado: siguen con los mismos oficios domésticos y además trabajan en la calle para ayudarle a sus Adanes a levantar la yuca. ¡Bendita liberación femenina! No tenemos remedio, seguimos siendo las mismas bobitas de siempre.»

Mamá Eva

Cuando nos estábamos llenando de familia inventamos el mejor preservativo que ni el cardenal López Trujillo habría imaginado: Nos aguantábamos las ganas. O contábamos hasta 987.654 ovejas. Y abejas. Mitad y mitad. Después de semejante trote sólo quedaban deseos de dormir.

Y aunque no me lo pregunta, déjeme decirle que a nosotras nos discriminaron desde siempre. Trabajo y más trabajo. Pero siguen diciendo que no hacemos un carajo. Menos mal que después vino Jesús y puso orden en la sala. 

La primera familia. Grabado de Julius Schnorr von Carolsfeld (1850 aprx.)

Ahora mis colegas de eterno femenino de la era de la pandemia por el Covid-19, dizque se han liberado: siguen con los mismos oficios domésticos y además trabajan en la calle para ayudarle a sus Adanes a levantar la yuca. ¡Bendita liberación femenina! No tenemos remedio, seguimos siendo las mismas bobitas de siempre.

Parece una ironía, pero Adán era el tipo más fiel de la tierra. En ese entonces, la tierra éramos nosotros. Mi marido no me era infiel ni con él mismo. Eso se lo inventó después Onán. O Freud, que se inventaba cositas para apalancar teorías. Ahí están pintados ustedes. Los que dicen que Adán me era fiel por sustracción de materia, no conocen de la misa la media. O desconfían de mi sexapil. Todo lo del pobre es robado.

Respondiendo a otra de sus dudas, nuestro primer amor fue amor a primera vista. Siguiente pregunta.

No teníamos que hacer cola para nada. Sacaba uno la mano y ahí estaba todo lo que queríamos. Y nadie andaba adivinándonos la edad, como veo que hace ahora algunos antropólogos escasos de oficio que calculan mi edad. No saben los tales por cuales el adagio chino aquel: no se pierden los años que se quita una mujer: van a dar donde alguna de sus amigas. Menos yo, que no tenía a quién endosarle años.

Para mí la vida era un tanto aburridora al principio porque me tocaba hacerme visita a mí misma. Adán era más bien malo para los chismes que son la sal de la vida. A mí me correspondía hacer las veces de Tola y Maruja al mismo tiempo. Pero salimos adelante. Loado sea Alá.

 Recuerdo que las primeras hojas de parra no me servían. Me quedaban chiquiticas. A Adán tampoco. A mí no me servían por defecto, a él por exceso. Como uno es un animal de costumbres, poco a poco nos fuimos acostumbrando a esa ropa que se repite ahora en el traje de baño hilo dental. Adán se enamoró más cuando me puse hoja de parra. El hombre ama lo que menos ve. Es el principio del erotismo, otro de nuestros inventos, como la coquetería, que la “deduje” una vez que me miré en un espejo…

Espero que no me vayan a juzgar mal por lo del pecado original, el menos original de todos los pecados. A ustedes les tocó pagar los platos que rompimos entre Adán y esta servidora. Pero dígame, joven: ¿Qué sería de la vida sin pecaditos? 

Creo que no le quito más tiempo. Regreso a mi eternidad.

Suya, Eva.

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*Óscar Domínguez Giraldo, 76 años, nació en Montebello, Antioquia. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC.Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la  columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen másLo puede seguir en http://www.oscardominguezgiraldo.com/

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