Argemiro Paredes, escritor (q.e.p.d)

Argemiro Paredes (La Victoria, Valle del Cauca, 1926 – Bogotá, 2022), escritor que despuntó solo después de haber vivido 95 años. Narrador de cuentos como su hijo, el reconocido escritor Julio Paredes (q.e.p.d), y quien con agudeza y pertinencia nos deleitó con textos extraordinarios como este microcuento:

«Las últimas palabras

Atención, preparen armas, ¡fuego!

Fueron las últimas palabras que alcanzó a oír Ricardo Beltrán antes de caer abatido frente al pelotón de fusilamiento. Al escucharlas, reconoció la voz de su hijo, el coronel Vladimir Beltrán, a quien por sorteo y sin que pudiera conocer la identidad del reo, le correspondió obedecer la orden de su fusilamiento.» (Dos cuentos inéditos para comenzar el año).

A Argemiro le gustaba escribir con lápiz , porque según él, «así me fluyen mejor las ideas», aunque también lo hizo en la computadora. Foto John Brian Cubaque

Como éste, publicamos en quintopiso seis de sus creaciones literarias como «Amor otoñal», «El primer mar», «Un tango en Buenos Aires» o «Viajes de domingo» con una gran aceptación y reconocimiento, por su valor literario y por la variedad de los temas tratados, sin ser simplemente anecdóticos o de recuerdos, incluían eso sí, algunos elementos autobiográficos, como lo hacen todos los autores. Estos y otros ocho más, fueron recogidos en un libro publicado en edición limitada, a finales del año pasado bajo el título «El primer mar y otros cuentos». Ahora volveremos a reeditarlo como edición corregida y aumentada, puesto que incluirá sus dos últimos textos: «Amor otoñal» y «el cuarteto feliz» que publicamos hoy.

Esta vez, infortunadamente, será la última vez. Su legado es corto pero significativo. Este es un homenaje póstumo a un contador de historias que nos deslumbró con su lucidez y creatividad, intacta aún a sus 95 años cuando las comenzó a escribir. Este es su último escrito (lo terminó hace menos de un mes), pues falleció a los 96 años y medio. Homenaje a un hombre de familia, amoroso, tenaz y persistente; homenaje a un buen hombre; homenaje a la creatividad que supera la edad. Paz en su tumba.

Quintopiso

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El cuarteto feliz

Por Argemiro Paredes

 La infancia quedó atrás. Empezamos la adolescencia, nuevas experiencias, el primer amor, las primeras ilusiones, los primeros sueños, pero también, en algunas ocasiones, nos toca sufrir el primer desengaño. Con mucha esperanza, comenzamos el bachillerato. Desde el primer día, iniciamos una gran amistad entre cuatro compañeras. Buenas estudiantes, alegres, divertidas. Éramos las más famosas del curso, nos apodaron el Cuarteto Feliz. 

Yo, Elena Alvear, la mayor de todas, las he querido reunir para celebrar los diez años de nuestro grado, desempolvar recuerdos y nostalgias, contarnos cómo han sido nuestras vidas y cómo son ahora. 

Empiezo por contar mis experiencias.

 «Después del grado, fuí a una universidad en Pensilvania y durante dos semestre estudie idiomas, una parte para reforzar mi inglés y otra parte para tomar cursos intensivos de Mandarin, lengua que como van las cosas, va a reemplazar muy pronto al inglés como idioma mundial.

Al regresar, empecé a trabajar como secretaria de don Elías Zambrano, el más grande importador de artículos de la China: vestuario, elementos de oficina, para el hogar, entre otros, con un gran local en San Victorino, surtiendo a casi todos los sanandresitos del país, con sucursales en Lima y Quito. Allí conocí a su hijo Andrés, dos años mayor que yo, graduado en Economía y Administrador de Empresas, con quien empecé una relación laboral muy exitosa que luego se convirtió en una relación sentimental. Empezamos a salir a bailar, nos fuimos enamorando, y con muchas esperanzas, nos casamos. 

Por esos días, don Elías recibió una invitación de sus proveedores de Pekín para ir a una convención de ventas en un mes, todo pago por ellos. Allí presentan nuevos artículos, vestuario, oficinas, hogar y también nuevas condiciones de pago, generalmente muy favorables para sus clientes. Don Elías les dio la gracias pero se excusó de no poder asistir, muy impedido de sus piernas, con una audición casi nula, su visión muy deficiente, y pidió que si podrían viajar a su nombre sus dos hijos, jóvenes, bien preparados y los que venían manejando sus negocios con mucho éxito. Contestaron que no tenían inconveniente, y empezamos a organizar el viaje. 

Foto: Countryoutfitter

Andrés vió un anuncio de una fábrica de botas y pidió que le hicieran unas tipo vaquero. En verdad hicieron un magnífico trabajo: un bello cuero fino, unos tacones más bien altos y gruesos, unas hermosas botas. 

Después de más de veinte horas de viaje, llegamos a Pekín. Allí nos recibió una delegación de tres personas de parte de los organizadores, entre ellos un abogado con un inglés muy bueno que nos ayudaría como traductor. Presentamos todos los papeles en inmigracion sin ningún problema, lo mismo nuestro equipaje. De pronto, dos perros antinarcóticos empezaron a ladrar y a tratar de destrozar los tacones de las botas, los agentes encargados los abrieron y dentro de ellos encontraron medio kilo de cocaína de la más alta pureza. Ahí todo cambió. El trato más o menos amable que habíamos recibido desapareció. Nos esposaron para llevarnos a un sitio de interrogatorios; nuestro equipaje fue desocupado en el piso buscando maletas de doble fondo, nos pasaron dos veces por rayos X creyendo encontrar cocaína en nuestros estómagos. El abogado muy convencido de nuestra inocencia, pidió a las autoridades no hacer público el hallazgo de la droga pues los destinatarios al ver que todo pasó sin problema tratarían de hacerse a las botas. A nosotros nos habían asignado un pequeño apartaestudio y seguiríamos viviendo allí bajo estricta vigilancia. El abogado tenía razón. Al mes o menos de nuestra llegada, una mañana llegaron al edificio tres fornidos chinos, amordazaron al portero y lo amarraron a su silla. Subieron a nuestro piso y de un solo golpe volaron la chapa, entraron con mucho afán, buscaban las botas. Las teníamos a la vista, las cogieron, salieron, y allí mismo los detuvo la policía que nos custodiaba. Llevados a la comisaría, los agentes rompieron los tacones, mostraron la droga y los hombres no tuvieron otra opción que aceptar que ellos eran los destinatarios, que todo había sido planeado en Bogotá por los narcos colombianos quienes aprovechando nuestro viaje y sabiendo su motivo embarcaron la droga. Nosotros eramos inocentes. Ya nos habían sentenciado a prisión, diez años para Andrés y cinco para mí, sentencias que, en vista de la confesión de los culpables, fueron anuladas. 

En Pekín, nos matriculamos en un instituto de lenguas que dictaba clases de mandarin a domicilio; al mismo tiempo, estábamos tomando clases sobre toda la legislación china referente a importaciones y exportaciones. Solicitamos una visa de estudiantes por dos años, nos aprobaron por uno. Viajamos de regreso a Bogotá y aquí estamos. Abrimos una oficina de consultoría para quienes tengan negocios con China, importaciones y exportaciones, tenemos bastantes clientes, incluso en Pekín. Gozamos de muy buenos ingresos que nos permiten llevar una vida holgada, sin ningún problema.»

Le cedo la palabra a Elisa Buitrago, otra del cuarteto, muy querida por todas.

“Estudié Derecho en el Externado. Al terminar la carrera seguí con una maestría sobre Derecho laboral y sindicalismo: dónde y como nació, cómo funciona actualmente en el mundo y especialmente en Colombia. Sobre este tema presenté mi tesis, fue muy elogiada y le otorgaron un Suma Cum Laude. Como compañero de curso conocí a Roberto Palacios, muy buen mozo, alegre y simpático; empezamos a salir a bailar con mucha frecuencia, nos dimos cuenta que nos gustábamos. Nos enamoramos, me propuso matrimonio y yo lo acepté con emoción y alegría. Roberto tenía la esperanza de trabajar en el servicio diplomático, pues tenía buenas ‘palancas’ en la Cancillería, debido a que su papá había sido Ministro de Relaciones Exteriores. Presentó una aplicación para cualquier cargo y a los pocos días le llegó nombramiento como Cónsul en Barcelona, un cargo muy apetecido en todo el ambiente diplomático. Nos fuimos a vivir a esta  hermosa ciudad con mar y segura. Su gente, muy atenta, nos recibió cálidamente. Llegamos en verano en donde hay gran oferta cultural. Todas las noches hay conciertos gratuitos, música popular en unos, y música culta en otros. Gran cantidad de museos y bibliotecas, enormes librerías, y los precios de los libros muy económicos. Una oferta gastronómica de primera, especialmente comida española e italiana a buenos precios. 

Foto: Latintravel

En una reunión de Consulados latinos, conocimos a Gerardo Soler, cónsul mejicano y su esposa Margarita Ramos, una mujer preciosa; nos hicimos muy buenos amigos. Desde el primer encuentro, noté que se miraron profundamente, ella y Roberto, y vi que se gustaron. Iniciamos una cordial amistad. Todos los meses, rotando sedes, nos reuníamos a cenar y a hablar de nuestros países. Después de un tiempo, las reuniones las hacíamos cada quince días, con baile después de la cena. Ahí Roberto y Margarita se dieron gusto bailando, muy juntas sus caras, como si se fueran a besar. Un día no solo juntaron sus caras sino todo su cuerpo, se apretaban con movimientos casi eróticos. Gerardo me miró y sonrió. En varias ocasiones llamé a Roberto a su oficina y no estaba. Llamé a Margarita a su casa y tampoco estaba. Un mensajero del consulado aseguró haberlos visto entrando varias veces a un lujoso hotel del centro. Pasaron varias semanas, y en una reunión semanal, Roberto informó que tendría que viajar a Málaga para ayudar a varios colombianos que estaban con problemas, y que como allí no había consulado, el Ministerio lo enviaba a ayudarlos. Al mismo tiempo Margarita nos contó que viajaba a Madrid a atender a su mamá que llegaba y quería acompañarla a conocer la ciudad. Por los mismos días, el cónsul chileno con su esposa, viajaron a pasar vacaciones en Menorca, de las mejores playas de España, y para su sorpresa vieron a Roberto y Margarita muy cogidos de la mano gozando de la playa. No se dejaron ver y con su celular les tomó una foto. Cuando todos regresaron a Barcelona, el chileno contó cómo vio a los dos pasando muy contentos en la playa y mostró la foto. Se formó el escándalo más grande. Gerardo viajó inmediatamente a Méjico a renunciar al Consulado y a tramitar el divorcio. Yo me vine a Bogotá y con una abogada amiga presentamos la petición de divorcio. 

Hoy vivo con una hermana menor, estudiante universitaria; trabajo como jefe de personal de una de las principales fábricas de cervezas, tengo buen salario, vivo bien. De Roberto supimos que se fue a vivir con Margarita un tiempo, cuando ella lo abandonó para irse a vivir con el cónsul argentino. El Ministerio, en vista del escándalo, destituyó en forma inmediata a Roberto como cónsul en Barcelona. Cuentan algunos, que lo han visto como vendedor en una librería. ¡Qué pesar! yo lo quise mucho.” 

El turno ahora es para Estelita Gómez, la más linda del colegio, una cara angelical, un cabello rubio brillante, unos ojos color hierba, pero sobre todo, de una alegría y simpatía contagiosas. Era la alegría en todas las reuniones, nos hacía reír con sus chistes y sus cuentos, cantaba muy bien, especialmente boleros.

“Me casé con Toñito aquel muchacho alegre, simpático, que tocaba la guitarra y, con muy buena voz, cantaba tangos y música llanera. Trabajaba como contador de una fábrica de vidrio. Buen salario, excelente esposo, nada nos hacía falta. El único problema que teníamos era que Toñito estaba muy apegado a su iglesia y quería que tuviéramos más hijos. Llevábamos siete años de casados y teníamos ya cinco. 

Foto: Telefe

De lunes a viernes me levanto a las cinco de la mañana para ayudar en el baño, a vestirse y a prepararles el desayuno a los tres primeros niños pues a las seis y media los recoge el bus del colegio. A veces me siento un poco cansada. No me deja usar anticonceptivos y no quiere hacerse la vasectomía porque son métodos que su iglesia no aprueba. Apelé a su mamá, que estaba de acuerdo conmigo, y la sacó corriendo. Hablé con el padre Elías, párroco del barrio, quien estuvo de acuerdo conmigo. Llamó a Toñito, le explicó que ya con cinco hijos había cumplido con la Iglesia, que no les podría dar lo que la misma ordena: educación, vestuario y salud; que Estelita podía enfermarse y que sus ingresos de pronto se verían escasos para atender todos los gastos. Parece que esta vez nos dio buen resultado la intervención del cura, pues Toñito pidió cita con el médico para tratar lo de la vasectomía. Espero que todo salga bien para celebrarlo con música, canciones y unos tragos de aguardiente.” 

Nos queda por oír a Valentina Rengifo, la más pila del grupo, hoy hecha una preciosa mujer, alegre y gran amiga. Para exámenes nos ayudaba a prepararnos para salir bien, y cuando no entendíamos una clase, nos explicaba todo al detalle, ya fuera en grupo o en forma personal. Qué gran amiga Valentina.

“Me casé con German Plata, aquel muchacho que llegó al barrio, no sé si amigo de nuestros hermanos o de nuestros amigos. Buen mozo, excelente conversador, magnífico bailarín. Siempre elegante, camisa acabada de planchar, zapatos brillantes a toda hora, colonia inglesa. Nos galanteó a todas con mucho respeto, a ninguna logró interesar: unas lo consideraban un poco afeminado y otras más bien amariconado. A mí me gustó. Nos entendimos muy bien, empezamos a salir, por lo menos una vez a la semana íbamos a las mejores discotecas. Al cabo de un tiempo, me propuso matrimonio y lo acepté con entusiasmo. Él trabajaba como subgerente de una importante compañía de transporte intermunicipal, ganando un buen salario. Muy buen esposo, juicioso, compró apartamento, estaba pendiente de que nada nos faltara. Como compañero, excelente, en la cama, muy malito. Las dos primeras semanas cumplió más o menos bien, después se fue enfriando; yo lo acariciaba, lo besaba, pero siempre estaba cansado o con dolor de cabeza. Por esos días, el gerente de la compañía en Medellín renunció por un viaje al exterior. Le ofrecieron el cargo a Germán, mejorando su salario y otros beneficios: veinte días de vacaciones en lugar de los quince de ley, auto nuevo con chofer, impuestos y combustibles, todo pago, y lo puede usar los fines de semana como auto particular. Ante estas gabelas, nos mudamos a Medellín. La ciudad nos gustó mucho, clima excelente, con gente muy atenta y servicial, pero de la que no sabemos nada. 

Un día, a las cuatro de la tarde más o menos, entré a su oficina sin avisar y ¡qué horror! Encontré a Germán muy abrazado con Gonzalo Arias, su secretario traído desde Bogotá, dándose un apasionado beso. ¡Qué horror! volví a gritar, y ¡qué asco! ¡dos hombres besándose

Perdona, me dice Germán, “con Gonzalito -así lo llamábamos en la empresa-, tenemos un amor sublime, nuestros corazones están intensamente unidos en un gran amor, esperamos vivir juntos sin problemas, tal vez casarnos.” 

Lastima, Gonzalito me caía muy bien. Respetuoso y servicial conmigo. Los jueves nos preparaba una exquisita lasaña. Cada domingo de por medio, nos atendía con mojarra al ajillo que nos ponía a chuparnos los dedos, y qué decir de unas costillitas de cerdo a la BBQ. Cuando me acuerdo se me vuelve agua la boca. Hubiera querido quedarme con Gonzalito pero Germán me ganó la partida. Además, le daba lo que a Gonzalito le gustaba y que yo no podía darle. 

Me vine para Bogotá. Con una abogada amiga iniciamos el divorcio, y como no teníamos contraparte, fue aprobado prontamente. Le tengo pavor a la soledad, me aterra pensar que si llego a la vejez no me encuentre sola. Sueño con que una noche bogotana de frío y de lluvia tenga quien me abrigue, me abrace, me dé un beso en la frente y me diga buenas noches.”

En este punto las invité a pasar a la mesa para tomar las onces, el algo o el entredía, como se dice en otras partes. Ofrecí café, té y chocolate, todos acompañados con empanadas, pan fresco, galletas, croasanes. Riquísimo todo. Fue un momento de gran alegría, y como siempre, Estelita amenizó el momento. Tenía un buen repertorio de chistes y de cuentos, algunos de grueso calibre. Cantó el bolero Bésame y la mayoría le hizo coro. Luego cantó otras canciones de nuestra época y cuando entonó Pueblito Viejo, todas cantaron con ella; se vieron algunas lágrimas, quizás la nostalgia de su pueblo natal, del pueblito de su infancia. Se removieron recuerdos, pasamos, en fin, una hermosa tarde. Llegó la noche y empezaron las despedidas. Por todos lados se oía, “que rico verte amiga”, “un beso”, “cuídate”. Les di las gracias por la asistencia, y convinimos reunirnos de nuevo cada dos meses en casa de alguna. 

Estoy muy emocionada y contenta de haber revivido aquel Cuarteto Feliz.