“El tema obsesivo de Clarice Lispector es la mirada, la propia mirada. Importa mucho menos qué es lo que se mira, que la manera de mirar. Literatura de la percepción, podría ser el subtítulo de toda su obra. Desde su interioridad, observa la interioridad ajena de una manera implacable. Clarice Lispector escribe como mira, es decir, sin adornos.” 

Gloria Gervitz Poeta mexicana

En estos días fríos y de lluvia, traemos de la gran escritora brasileña Clarice Linspector, de quien, apropósito, celebramos 100 años de su nacimiento en 2020, un texto que nos reconforta: Tanta Mansedumbre. Nos recuerda, con la lluvia como metáfora, la fluidez de la vida, la alegría y el consuelo.

Clarice Linspector (Chetchelnik, Ucrania 1920- Río de Janeiro, 1977) es una de las más grandes escritoras brasileñas del siglo XX. Indomable, independiente, mordaz, directa, seca, impredecible. Con un lenguaje íntimo, crítico pero sincero y con una voz interior que le permite modular sus sonidos internos y externos. Describe con una prosa propia y desnuda de toda afectación, tanto sus más profundos dolores y dilemas existenciales como sus más grandes alegrías y pasiones. 

Casada con un diplomático, pudo dedicarse de lleno a la literatura sin vivir grandes necesidades. En septiembre de 1966 su adicción al cigarrillo causa, al quedarse dormida con uno encendido, un gran incendio en su habitación que consume una parte de su cuerpo; estuvo a punto de perder su mano derecha, con la que escribía, lo que le trajo algunos episodios de depresión. 

Clarice Linspector.

Linspector escribe sobre la reivindicación de las mujeres, sobre el amor, sobre la soledad, sobre el paso del tiempo, pero realmente está escribiendo siempre sobre sí misma, por eso es universal. Cuando estaba en la clínica en sus últimos días, antes de morir de un cáncer de ovarios, le dijo a una de sus enfermeras: “¡Se muere mi personaje!”, una buena definición de su razón de ser literaria.

«Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio»

Clarice Linspector

Su obra incluye entre otros: La ciudad sitiada, Cerca del corazón salvaje, La pasión según G. H. (el más reconocido de sus textos), El libro de los placeres, La hora de la estrella, y su libro póstumo Un soplo de vida (Pulsaciones); además, libros de cuentos como Lazos de familia, Silencio o Felicidad clandestina

La lluvia como metáfora de vida

En Tanta mansedumbre, un poema en prosa*, la escritora brasileña reflexiona viendo llover, sobre su propia existencia, sobre su sentido de estar y de ser, de fluir; es levedad, es alegría, es consuelo, es compañía. La lluvia no es solo agua cayendo del cielo, es evocación, es diálogo, es metáfora de sentimientos y sensaciones, de limpieza, de purificación, de vivir.


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Foto: Lugarnia.com

Tanta mansedumbre

Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.

Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ella se había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento.

Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por hábito estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar.

Veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir.

Clarice LInspector

Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se parezca a la agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.

Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué simplicidad. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas como el agua de lluvia está ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si, después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Sin siquiera dar las gracias a Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.

Traducción: Cristina Peri Rossi


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Incluímos también de Linspector, No soltar los caballos, un texto corto lleno de duda, que habla sobre sus miedos y limitaciones: dar o no dar, crear o no crear, amar o no amar, ¿para qué me reservo? Dilemas de todos. 

Foto John Brian Cubaque

No soltar los caballos

 Como en todo, también al escribir tengo una especie de temor de ir demasiado lejos. ¿Qué será eso? ¿Por qué? Me detengo, como si retuviera las riendas de un caballo que podría galopar y llevarme Dios sabe dónde. Me re­servo. ¿Por qué y para qué? ¿Para qué cosa estoy eco­nomizándome? Ya tuve clara conciencia de eso cuando una vez escribí: «es necesario no tener miedo de crear». ¿Por qué el miedo? ¿Miedo de conocer los límites de mi capacidad? ¿O miedo del aprendiz de hechicero, que no sabía cómo detenerse? Quién sabe, así como una mujer que se reserva intacta para entregarse un día al amor, así tal vez yo quiera morir toda entera para que Dios me tenga toda.

Traducción: Juan García Gayó

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*Poesía en prosa, texto poético escrito en prosa. La manera de escribirlo en este caso da igual, sigue siendo poesía, solo que lo asumimos más si la separación se da en versos, juzguen si no, en la separación que hicimos a modo de poema, a nuestro aire, del primer párrafo-verso, al final; lo mismo pueden intentar ustedes con los otros.

Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, 

ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. 

En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir 

es una luz tranquila dentro de mí, 

y la llamaría alegría, alegría mansa. 

Estoy un poco desorientada 

como si me hubieran arrancado el corazón, 

y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, 

una ausencia casi palpable de lo que antes 

era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. 

No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. 

Es un modo más leve y más silencioso de existir.

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