Por Oscar Domínguez G.

Es una ciudad para ver, oir, oler, gustar y palpar. En la Feria de las Flores, en navidad o cuando se le antoje visitarla.

Unos dicen que Medellín fue fundada el 2 de marzo de 1675 en el pueblo de indios de San Lorenzo del Aburrá. Otras lenguas triperinas llamadas historiadores aseguran que la Villa fue fundada el 2 de noviembre del mismo año por el oidor Francisco Herrera Campuzano. No importa quién la fundó ni a qué horas, lo que cuenta es que está ahí.

Cualquier policía le cuenta que la “tacita de plata”, cuando se hizo el primer censo, sumó “doscientos ochenta cabezas de familia, con más de tres mil personas entre chicos y grandes”. Esos tres mil tomaron muy a pecho el mandato bíblico de crecer y multiplicarse.

Tranvía y estación del Ferrocarril de Antioquia a principios del siglo pasado. Foto: Colecc. Allen Morrison

Según el último Censo hoy sueñan en sus predios 2.930.000 habitantes, gracias a tasas de natalidad que han empezado a bajar por culpa de ese preservativo de pared llamado televisor.

En sus inicios, cuando estaba de pantalón cortico, Medellín tenía ocho cuadras de largo por ocho de ancho. Hace tiempos, la ciudad se salió del cuero y ahora llega hasta Ríonegro, en el oriente. Y a todas partes por los demás puntos cardinales.

El fallecido gobernador Jaime Sierra, en su delicioso libro “Diccionario Folklórico Antioqueño”, editado por la Universidad de Antioquia, cuenta que a la villa se le dio ese nombre en honor don Pedro Portocarrero y Luna, conde de Medellín, España.

Así como el hombre desciende del mono, Medellín deriva su gracia (=nombre) del romano Metello, fundador de Medellín, en Extremadura, España, y olé.

Para continuar alardeando con la etimología, Metello viene de Misthios, asalariado, y éste de Misthós (jornal), o sea que Medallo, como le dicen coquetamente sus moradores, sería la ciudad de los asalariados, del desarrollo industrial. (Tal vez por lo anterior, en una charla con cualquier paisa, va la madre si no le plantea un negocio).

El emblemático Palacio de la Gobernación, al lado del Parque Berrío y el viaducto Metro en pleno centro de Medellín.

No es exageración de tahúr: en 1825, el cronista sueco Carl August Gosselman, de paso por el poblado medellinense, se amañó tanto que hizo este comercial gratuito para la posteridad: “Aquí debió quedar el paraíso”. Y regresó al frío Estocolmo donde escribió “De viaje por Colombia”, editado por el Banco de la República. No se encuentra ni en las librerías “agáchese” pues los platudos del Emisor no lo volvieron a editar.

Verbos de todo el maíz

Tranquilo: ni crea que en Medellín todo el mundo se despeluca por conjugar el verbo trabajar, trabajar y trabajar. Desde siempre, trabajar ha sido virtud y tara del pueblo antioqueño. Como los paisas de hoy prefieren vivir, diría que los verbos que consumen prioritariamente son: trabajar, parrandear y rezar, en ese desorden.

No es raro que escuche por ahí esta hipérbole: “Antioqueño es mi Dios”. Apúntensela al maestro Héctor Ochoa en una de sus canciones.

Es artículo de fe que hay cinco ideas por antioqueño cuadrado. Antes había cuatro. (Perdón por dejar salir el paisa sectario).

Metrocable al Popular y Parque Arví. Foto MetroMed

En Medallo la amabilidad es un estado del alma. (Otro infame epíteto que nadie debe pronunciar so pena de que le den la presa más pequeña, es Metrallo, residuo de la nefasta época del narcotráfico que hizo hasta para vender. Ahora la ciudad es conocida mundialmente como la ciudad del Cartel de la Cultura desde que se aprobó la Gramática que llevará su nombre con asistencia de los altos heliotropos de la lengua española, empezando por un enemigo personal de los elefantes: el exRey Juan Carlos, quien tiró la toalla como monarca cuando fue pillado con las manos en la masa femenina ajena.

La hospitalidad es la otra religión del pueblo de la “dura cerviz” que lleva “el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa”, como reza el Himno Antioqueño que tiene letra del “Loco” Epifanio Mejía y música del maestro payanés Gonzalo Vidal.

No hay montañero que desde sus primeros teterados ideológicos y patrioteros no haya aprendido a desafinar cantando el himno.

En Medellín, un saludo, una sonrisa, un aguardiente, un juego de cartas, un bambuco, no se le niega ni al peor amigo. Ni al mejor enemigo.

Por misas no se preocupe: en la iglesia de La Candelaria, del Parque de Berrío, en pleno centro, hay ocho misas diarias, de 6am a 8pm. Durante 35 años fueron cantadas por el mismo Plácido Domingo, don Rigoberto Builes, de Angostura, la tierra del beato Marianito Eusse. Y le enciman todos los rosarios del mundo.

Eso sí, cuente con que se encontrará limosneros en todas las puertas de la iglesia dispuestos a obligarlo a redistribuir su ingreso. Piden con tanta alegría, elegancia y seguridad que nunca se van a casa desplatados.

Para recargar las pilas de la buena suerte, lo espera Doña Bastante, la gorda de Fernando Botero situada en el mismísmo Parque de Berrío que tiene estación del metro. Doña Bastante es sitio ideal como punto de encuentro y para emparentarse con la buena suerte: rásquele el ombligo y cómprese así sea un quintico (fracción) de la más que septuagenaria Lotería de Medellín. ¿Aunque para qué más plata de la que uno se puede gastar?

Una mujer llamada Medellín

Si por los cálidos días de agosto asiste a la Feria de las Flores, evento declarado Patrimonio Cultural de Colombia, a Colombiamoda, o a cualquier fiesta de las tantas que allí se realizan, lleve platica: los comerciantes que venden desde una salida hasta una puesta de sol, están preparados para cambalachearle su dinero por el mundo de cachivaches rebajados que ofrecen.

La consigna de los negociantes maiceros es: diviértase mientras lo dejamos sin un peso. Al comprar, no olvide conjugar el verbo barequiar, un deporte antioqueño que consiste en pedir rebaja hasta por atravesar la Avenida Junín, “tuquia” de vendedores ambulantes.

Mujer Reclinada de Fernando Botero.

Las mujeres medellinenses son bellas por inercia, casi por vicio. Hay solteros empedernidos que vienen aquí a hacerse leer alguna epístola. Las feas tienen el encanto que les hace falta a las bellas. Extraña manera de quedar empatadas.

Además de sexapilosa, la mujer paisa es firme, amorosa, leal, romántica, celosa, brava y camelladora (lambé que están echando, Domínguez). Acompaña a sus amigos hasta el patíbulo y se ahorca con ellos. Resisten el uso y el abuso. Son tan buenas mujeres que merecen quedar viudas pronto

Dese su rodadita por el viejo Guayaquil – Guayaco para los íntimos-, a donde solía ir el país paisa masculino a escuchar tangos, empinar el codo, perder la virginidad, o a pecar por fuera de la propia circunscripción matrimonial.

La Alpujarra. Foto Secretaría de movilidad.

Ahora funcionan por allí las administraciones departamental y municipal. Alpujarra es el nombre del edificio que alberga la burocracia local y departamental. La palabra alpujarra proviene del árabe al Busherat (al-bugscharra), que podría traducirse como «la Tierra de hierba» o «la Tierra de pastos». (Gracias, Google, por los favores recibidos).

Como los antioqueños tienen la nostalgia por cárcel, en el Cerro Nutibara construyeron su propio pueblito paisa. Allí van a desatrasarse de saudades terrígenas. Es como una ciudad dentro de una ciudad dentro de una ciudad. Como esas famosas muñecas rusas que se contienen unas a otras.

Si en Medellín se dan todas las formas de locha y de lucha para buscarle la caída al billete, también se dan todas las formas de transporte. Prohibido NO montar en metro, ese “ascensor acostado” como lo definió certeramente un usuario de la llanura. Los antioqueños chicanean a morir con la “cultura metro” ya que a las demás ciudades apenas les alcanzó para Transmilenio o similares.

En Medellín también hay metro con cargaderas o calzonarias: el metrocable que llega a las zonas empinadas de la ciudad.

Escaleras eléctricas en comuna 13. Foto Action Press

Que no falten las escaleras eléctricas que trastean a los habitantes hasta las alturas de barrios populares como san Javier donde no se atreven las águilas. Hasta el presidente Obama las mencionó en algún discurso. Y en una visita a Medellín el expresidente Clinton montó en esas escaleras. Saque tiempo para montar en el tranvía de Ayacucho. Es como montar en la nostalgia.

No se pierdan los taxistas, reyes del sentido común como en todas partes. Pero con una capacidad narrativa tal que provoca pagarles el doble por la carrera. Si no tiene para el pasaje, le prestan.

Prohibido prohibir

Por unos días, mande pa’l carajo todas las dietas. Cuando vaya a Medellín, dele de comer a sus ganas con esa “segunda trinidad bendita” que cantó el poeta de La Ceja, Gregorio Gutiérrez González: “... salve, frisoles, mazamorra, arepa, con nombraros no más se siente hambre, no muera yo sin que otra vez os vea”.

El turista siempre tiene licencia para andar de pipí cogido con el calumniado colesterol.

Si pide una dirección, no sólo se la dan sino que corre el peligro de que lo inviten a almorzar, o a tomar el “algo” que son las mismas once bogotanas, un alimento de menor cuantía antes de los grandes “golpes” gastronómicos, el almuerzo y la comida.

Prepare el alma y el ojo para ver pasar silleteros que son Gandhis sin taparrabos que hacen la revolución a punta de flores. Que no falten los paseos turísticos a Santa Helena para ver armar las silletas en su salsa. El desfile de los silleteros está cumpliendo 64 años.

Llegue a Medallo ligero de equipaje. En los centros comerciales puede comprar ropa buena, bonita y barata pa’ todo el año. En Itagüí encontrará ventas de fábrica y de paso puede improvisar un bostezo: no en vano, cada año, todo un domingo, se convierte en la capital mundial de la pereza.

¿Prefiere el turismo filosófico? Visite la casa-museo Otraparte, de Fernando González, en Envigado, la tierra del amor, de la morcilla, también llamada rellena o “tubería negra”, algo así como un embutido de cerdo. En Envigado lo espera la calle del Trifásico con restaurantes para despachar todos los antojos.

En Envigado, llamado el Mónaco colombiano, le contarán que el filósofo y escritor francés, Jean Paul Sartre, candidatizó al Brujo González para el Nobel de Literatura, en la década del cincuenta.

Aproveche para pasar frente a la casa de la pintora Débora Arango y aterrice en el andén más famoso del mundo: el de Envigado, donde en menos de cinco segundos el mesero que lo atiende le conoce hasta el ADN.

Parque Lleras. Foto MieoCol

En el exclusivo Parque Lleras del barrio El Poblado existe el único “fashion show”, diario y gratiniano, ideal para juntar ganas y quitarlas en casa.

Si va a Medellín y no da la vuelta a Oriente (Ríonegro, El Retiro, La Ceja e intermedias) simplemente no estuvo del todo en Antioquia.

¿Hay un tango en su pasado? En la calle 45 de Manrique, Vaticano de la canción ciudadana, le alivian esa nostalgia musical. Allí están el Bar Alaska y la Casa Gardeliana donde se le rinde culto permanente a la canción porteña. Puede llegar en Metroplús.

Cualquier parroquiano le cuenta con pelos y señales cómo fue la muerte de Carlos Gardel en un accidente de aviación en junio de 1935 en el aeropuerto Olaya Herrera, donde el papa Francisco ofició misa en septiembre hace unos años. Miles de personas tienen “restos” de la guitarra y del avión en que se mató Carlitos, o el Morocho del abasto, como le decimos sus fans.

Un aguardiente estampillado o una tapetusa – trago hecho en casa- que se niega a aportar al fisco, no se le niega a nadie. Si le quiere arrancar al tute, dado, dominó, parqués, póquer, apuntado, fierro, o la 31, no lo busque más: En Medallo y alrededores le alivian esa angustia de tahúr que todos llevamos dentro.

Los paisas hiperbólicos dicen que, por ley, debería ser obligatorio para todo colombiano visitar la capital maicera siquiera una vez al año. Cárcel para quien no lo haga.

Ñapa

Sugerencias varias (aparte de los «esenciales» Metro, Metrocables, Metroplus y, ojalá nunca en domingo, Parque Arví).

+ El centro de la ciudad sigue siendo muy importante, y dependiendo del día se pueden visitar el Museo Botero, el Palacio de la Cultura, la Catedral, la Alpujarra, el parque San Antonio, el Salón Málaga (tangos ventiaos, café al estilo de los de Buenos Aires), el Parque Bicentenario con la Casa de la Memoria, la zona del norte (Parque de los Deseos, Planetario y museo, Parque Explora, Jardín Botánico y vista de la U de Antioquia).

+ Un buen recorrido por todo El Poblado, que seguramente no estará tan congestionado como de costumbre. Caminar, preferiblemente en la tarde-noche, por el parque Lleras y sus alrededores (cercanías de la parroquia de la Divina Eucaristía).

+ Laureles, tan agradable y caminable, y con tantas opciones para «mecatear», tomarse un café o comer algo en forma.

+ La carrera 70, con llegada al Estadio y la unidad deportiva (visibles también en la Línea B del Metro).

+ Sabaneta y Envigado.

+ El cerro de El Volador es un mirador muy especial, para muchos mejor que el mismo Nutibara.

+ El aeropuerto Olaya Herrera, con su Plaza Gardel.

+ City tours con el Turibús, muy buenos (teléfono 3715054)

+ Alguno de los tantos parques-biblioteca.

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*Óscar Domínguez Giraldo, 74 años, nació en Montebello, Antioquia. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC.Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la  columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen másLo puede seguir en http://www.oscardominguezgiraldo.com/

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