María Teresa Herrán1

Se cumple un año de la partida de Javier Darío Restrepo y siempre me pregunto: ¿qué diría Javier? cuando observo el deterioro del país, del periodismo, de la ética, de tantos temas comunes que nos unieron desde orillas tan diferentes de pensamiento. 
Sé que pensaría, con esa tranquila serenidad que lo caracterizaba: «no perdamos la esperanza, reflexionemos y trabajemos con ella.» 

Javier Darío -los colombianos y latinoamericanos que tienen que ver con periodismo, religión y filosofía saben a quién me refiero*- nunca aspiraba a un poder distinto del de la palabra. 

Por la manera como políticos y personajes utilizan la palabra, hay sin embargo que aclarar: no es aquella palabra que se desdobla en espectáculo, la parlanchina, mañosa, torticera, insultante, grosera, inapropiada, mentirosa.

Es la palabra en su sentido más puro, bien sea oral o escrita: la palabra que acierta al describir la realidad, el adjetivo preciso que define o consuela, el verbo que muestra en qué consiste la acción que se intenta mostrar, su esencia profunda y exacta. La palabra, de tanta precisión, que era inútil insistir en reemplazarla por otra sustituta, sin encontrarla. Javier Darío la encuentra sin buscarla en su sabiduría, desde la imagen, que lo convierte en un gran reportero audiovisual, pero también por su manera de ver esa realidad y traerla de vuelta para que transforme al que observa, o lee, o escucha. Sin mirar el diccionario etimológico como lo hago ahora, él se referiría al origen latino de la palabra reportero: re (hacia atrás) portare (llevar) y ero (oficio). Y esa palabra lo refleja en lo que todos admirábamos: su sustancia periodística, pero también humana.

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Por eso, partir de la realidad desde la observación, al meterse en ella con ecuanimidad y devolverla a los que no saben o han olvidado mirar, fue el gran acierto de Javier Darío. Mostrarla desde el camino que hay que seguir para llegar a la utopía, ese punto al que hay que encaminarse, aunque nunca se llegue a él. 

Gran lector, gran escritor
Foto: MTH

Aún para quienes nos diferenciábamos en los enfoques, como fue mi caso en muchas ocasiones, Javier Darío argumentaba con tanta claridad, que a veces uno hubiera deseado seguir su mismo camino de la utopía. Otras dos características de su personalidad y sustento de su ética eran, desde luego, el respeto por el Otro y el enfoque religioso como algo propio y no transmisible sin el asentimiento de ese Otro. Javier Darío fue siempre comprensivo y prefería comprender más que juzgar. Por eso nuestras conversaciones fueron tan estimulantes y por eso deja una huella imborrable entre sus innumerables discípulos. Y, por supuesto, en sus hijas María José y Gloria Inés, su nieto Emilio, sus hermanos. Inolvidable también la manera como acompañó a su querida esposa Gloria, fallecida luego de una dolorosa enfermedad.

Javier Darío se interesaba ante todo por el “Otro”, uno de sus temas preferidos, que tantas incomunicaciones y exclusiones produce. De manera intuitiva o profunda, para Javier Darío ese Otro era -y seguirá siendo en sus escritos- el ser humano al que hay que darle siempre la oportunidad de existir, de incluir, de entender.

Su mesura, esa precisión en su lenguaje no eran fortuitas. Además de una personalidad reflexiva, ese don para transmitir y suscitar reflexiones tenía múltiples explicaciones. Un sentido discreto pero sonriente y acertado del humor; una calidez reservada que empezaba por prestarle atención a lo que decía su interlocutor para de allí conversar; una ética como estado de ánimo, expresión del Padre Pacho de Roux que siempre nos pareció la definición exacta de lo que debía ser la ética.

Javier Darío no sólo daba la impresión de ser una buena persona, sino que lo era en toda la dimensión filosófica de su ser. Por lo mismo, inspiró respeto a quien lo conociera en cualquier circunstancia, escuchara sus conferencias, participara en sus talleres de la Fundación Nuevo Periodismo, o en la elaboración de su querida revista Vida Nueva, en la que lo religioso no le quitaba un ápice de rigor metodológico. 

Ilustración: Xpectro, en Revista Aleteia.

¿Qué es ser una “buena” persona”? 

Desde mi óptica no religiosa -o cartesiana como siempre calificaba mi tendencia a buscar razones y argumentos-, Javier Darío se interesaba ante todo por el “Otro”, uno de sus temas preferidos, que tantas incomunicaciones y exclusiones produce. De manera intuitiva o profunda, para Javier Darío ese Otro era y seguirá siendo en sus  escritos, el ser humano al que hay que darle siempre la oportunidad de existir, de incluir, de entender escritos. 

Su bondad humana, no calculada, emanada de su propio ser, se explicaba de variadas maneras, además de saber siempre comportarse con el Otro. Una de ellas, su formación sacerdotal, que nunca renegó, tuvo una influencia laica en su existencia. Le sirvió, por ejemplo, para mantener la disciplina intelectual, o para entender el latín y el griego como lenguas madres, buscar por eso mismo en ellas el sentido originario de las palabras como un ejercicio cotidiano. En las conversaciones, fueran por carta, por teléfono o por almuerzos, siempre aparecía ese origen como punto de partida de nuestras reflexiones.

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Además de remontarse al origen de las palabras, y de no tener ningún tema tabú, Javier sabía llegar al meollo de las incertidumbres, mas allá de la comunicación rutinaria y de las frases de cajón. Por eso, uno de los libros que más me hace definirlo es “La Niebla y la Brújula”, cuando declara haber descubierto

«en los años dedicados al estudio y discusión sobre la ética con los colegas del continente…un panorama de neblinas como el que aparece en los relatos de London o de Conrad, cuando sus protagonistas se mueven en la inmensidad y la soledad de un mar en el que todo desaparece, envuelto entre los algodones de la neblina… los periodistas, como esos marinos, nos movemos la mayor parte del tiempo entre las neblinas de nuestras incertidumbres y dilemas éticos”.

La brújula es la ética, pero, a mi modo de ver, encarnada, ayer, hoy y mañana, en Javier Darío Restrepo.

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* Javier Darío Restrepo (1932-2019), destacado periodista colombiano, reportero, como le gustaba que lo identificaran, fue un periodista experto en ética periodística, catedrático de la Universidad de Los Andes y conferencista en temas de comunicación social. Fue columnista en El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El Heraldo. Miembro fundador de la FLIP -Fundación para la Libertad de Prensa-. Recibió el Premio Nacional del Círculo de Periodistas de Bogotá en la categoría de prensa en 1993, así como el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1985 y 1986 y el Premio latinoamericano a la ética periodística otorgado por el Centro Latinoamericano de Periodismo (CELAP), en 1997. Autor de 22 libros. En 2014 recibió el reconocimiento a la Excelencia periodística del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo. Hasta su muerte (2019) dirigió el Consultorio Ético de la Fundación Gabo. (Fuentes: Fundación Gabo y FLIP)

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1. Maria Teresa Herrán es una reconocida periodista, con maestría en Ciencias Políticas de la Universidad de Paris II; fue presidenta del Círculo de Periodistas de Bogotá y dirigió la Maestría de Periodismo de la Universidad Javeriana, así como el Programa de Comunicaciones de la Universidad Central. Dirigió la revista Alternativa en su segunda época y fue la primera mujer en dirigir un noticiero de televisión. Ha sido investigadora y publicado numerosos libros pero hoy en día, prefiere autodenominarse comentarista, abuela cibernauta, poeta y artista plástica. Publicó un libro de poemas y escribe un blog que se llama «Opinar es debatir sin pelear»  https://mariatherran46.blogspot.com/ en donde comenta sobre temas de actualidad.

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