Cada cuatro años tenemos una forma de ‘arreglar’ el desfase en el calendario en 5 horas, 48 minutos y 56 segundos (un cuarto de día aproximadamente) para que coincidan con los movimientos solares y terrestres habituales, y esa es incluir un día más en febrero. Este desfase se conoce desde épocas del imperio Romano pero solo fue corregido durante el papado de Gregorio XIII en 1582 (calendario actual, conocido como gregoriano) en donde se decidió que el día adicional establecido en octubre en el calendario juliano (por Julio César), fuera el último día de febrero, cada 4 años. Desde ese momento también se determinó que los años terminados en 00 como 1800 o 1900 no fueran bisiestos para evitar otro desfase mayor que persistía del mencionado calendario juliano -el faltante de 11 minutos y 04 segundos-, y que se corrigió al ‘mochar’ 10 días de ese año1. Desde esa época no ha habido cambios sustanciales. Nuestro habitual colaborador Oscar Domínguez Giraldo cree, como muchos supersticiosos, que algo se trae entre manos un año que contiene un día más en su calendario. Año nuevo, año largo.
Quintopiso
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Año bisiesto
Por Oscar Domínguez G.
A los años bisiestos los vemos venir en el almanaque Bristol de nuestras vidas y tomamos precauciones. No son de fiar. Algo malo se trae un mes que tiene un día más. Alguien nos puede traicionar. O engañar.
Como engañó Colón el 29 de febrero de 1504 cuando llegó con sus averiadas naves a Jamaica. Como sus anfitriones nada querían saber del genovés y su corte, les cortaron los servicios: cero comidas. A bordo no había con qué envenenar una cucaracha. Y Colón ruegue hasta en el esperanto de los gestos. Y de los dedos. Iba con harto oro robado, pero sin comida. Algo así como morir de sed junto a la fuente.
Pero el que tiene la información tiene el poder. Colón andaba de la ceca a la meca con su almanaque Brístol de pared. Y vio lo que venía: un eclipse lunar. Aquí que no peco, dijo don Cristóbal, y les anticipó a los indígenas que por su espléndida tacañería algo maluco vendría del cielo antes de que terminara el día.
Y con precisión de reloj egipcio de arena ese 29 de febrero hubo eclipse. Aterrados, los anfitriones bajaron la guardia, abrieron el bar y la alhacena y Colón y los suyos pudieron yantar y llevar mecato para la larga travesía de regreso a casa.
Hace poco le oí decir a un bisiesto: “Todo lo del pobre es robado: soy rico un día más cada cuatro años, y eso es suficiente para que 2024 se convierta en incómodo año”.
“Como Don Fulgencio, no tuve infancia. Como Homero Simpson, no tuve niñez. Soy un lapsus del almanaque. Mes bonsái, más me valdría no haber nacido”.
2024
Es injusta tanta mala prensa para un pobre bisiesto. No hay caridad con un año y sobre todo con un mes hecho con restos de horas. Porque febrero es como un sobrado de tigre, el Blas de Lezo del calendario: toma horas, minutos y segundos que le sobran al rico epulón llamado tiempo, y va armando su día. Hasta a los relojes les da pereza dar la hora en febrero. Sobre todo, las 13.13.13.
También le oí decir al 2024: “Como Don Fulgencio, no tuve infancia. Como Homero Simpson, no tuve niñez. Soy un lapsus del almanaque. Mes bonsái, más me valdría no haber nacido”.
A manera de indemnización, febrero se regaló vírgenes como arroz: Águeda, Apolonia, Escolástica. Y Eulalia, nombre en el que dos consonantes eréctiles se van de orgía con vocales desinhibidas.
No todo es malo: “Lo que el viento se llevó” gano 8 óscares un 29 de febrero.
Los padres del compositor italiano Rossini y de Pedro Sánchez, actual presidente del gobierno español, se dejaron de bobadas y trajeron a sus críos el vapuleado día 29.
Que solo cumplan cada cuatro años no es problema: los agraciados apagan velitas y reciben regalos un día antes o uno después, y adiós agüeros.
Todo este aperitivo para exigir manos fuera del bisiesto. Y de febrero. Ojalá, en represalia, el mundo no se acabe el 29: nadie lo creería.
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- 1582, el año en el que el mundo occidental pasó del 4 al 15 de octubre (saltándose los días intermedios). artículo en BBC.com. Con información de BBC.com
*Óscar Domínguez Giraldo, nació en Montebello, Antioquia hace 78 años. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen más.
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