Di(s)gresiones idiomáticas
A propósito de la celebración anual del día del idioma (23 de Abril) nos llega este texto de nuestro habitual colaborador, el veterano periodista Oscar Domínguez, quien anexa otras notas de su compinche idiomático Orlando Ramírez-Casas -Orcasas acerca de algunas palabrejas que ya están de salida -como nuestra generación-, tales como huipil (rebozo, mantilla) o postigo (contraventana). Pero rebrujando por internet (haciendo arqueología o como se llama ahora, minería cibernética), encontró y compartió amablemente Orcasas, el artículo «Adopte una palabra huérfana y reviva esos términos que ya nadie usa», de Ángela María Collazos y publicado en El País de Cali, a propósito de una campaña propuesta por RTVC en 2012 (que valdría la pena retomar), y nos recuerda palabras como hierático, zarrapastroso, díscolo, casquivana, ósculo o viringo, entre muchas que nos acompañaron y nos llevan a épocas en las que no sabíamos que éramos felices, y que en medio de esta simplificación de lenguaje de redes, merecen una segunda oportunidad. Si desean leerlo sigan este vínculo
Ñapa
También queremos mencionar otro artículo, «Sueño se escribe con Ñ», de Melba Escobar, en El Tiempo (25/04/21 -pg. 1.19) en el que le rinde un cariñoso homenaje a la letra insignia del español, y hace un pequeño recorrido (reseña) por algunas palabras muy nuestras como ñoño, ñame, escudriñar, mañoso, huraño, buñuelo, retoño o la hermosísima ensoñación (añado algo que hace la mayoría de los políticos: enseñorearse del país). Caso aparte, el del Chavo del Ocho y todos sus personajes en los que Gómez Bolaños, «Chespirito», se ‘ensaña’ con la Ch, otra de nuestra infaltables.
Quintopiso
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Antes del Sueño
Por Oscar Domínguez G.
El poeta que sabemos asegura que “todo nos llega tarde, hasta la muerte”. A otros mortales nos llegan tarde palabras como conticinio y serendipia.
A conticinio llegué por arte de serendipia que es encontrar lo que no estábamos buscando. Buscar una cebra, por ejemplo, y tropezar con un paso cebra. Intentar una décima y terminar redactando un árido manual para desguazar el átomo.
Una de las sorpresas del español es que tiene palabras para nombrarlo todo. Es uno de los tantísimos asombros que depara la lectura de Don Quijote que el 23 de abril siempre está de cumpleaños … de muerto, junto a su creador, Cervantes. (Bueno, el 23 lo enterraron. Nació la víspera. Lo supe esta mañana en el conticinio de Orlando).
En su andadura, el caballero de la desnutrida figura no necesitó de conticinios ni de serendipias. De hecho, el idioma español estaba en paños menores, comparado con el alud de palabras que vendría después.
Sin confirmar sí lo digo: fue en un ataque de conticinio que Don Alonso se inspiró para escribirle la carta de amor a la sin par Dulcinea del Toboso. El cartero, Sancho, nunca la entregó. Existía el eco, wasap de la época, pero Don Quijote prefirió la entrega personal.
Para muchos caminantes de la llanura, la del conticinio es la mejor hora del día. Saca la jornada del anonimato. Es el momento en que “el músculo duerme, la ambición descansa”. El diccionario lo define como “hora de la noche en que todo está en silencio”.
Borges dio gracias “por los minutos que preceden al sueño”. Conticinio puro. Moraleja, el diccionario deberían redactarlo poetas y cantantes de tangos.
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A esa hora íntima, personal e intransferible, no le entra ni el magníficat. No hay peligro de que el papa Francisco llame a pedirnos que lo fiemos para un apartamento.
Tampoco es posible que se cuele en el computador el último trino de Trump golpeando en las partes pudendas la sensatez y la gramática. Como en sus trinos suele confundir un verbo con un adverbio, se desquita arrojando bombas, destituyendo subalternos encopetados o soñando con muros.
El conticinio es mi mascota. No soportaría que se acabara el mundo a esa hora. Que se acabe en horas de oficina. Jamás entre las once y las doce de la noche.
En estos momentos suelo poner a funcionar el espejo retrovisor y releo viejos textos. Como Don Quijote, a quien Alberto Velásquez Martínez le dedicó bello libro: “El Quijote en América, Colombia y Antioquia”.
También frecuento a mis viejos amigos Verne, Salgari y Dumas. Sus personajes me acompañan como ángeles de la guarda alternos.
Antes de ingresar a esa obra de ficción llamada sueño, no sobra empacarse una dosis personal de conticinio.
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*Óscar Domínguez Giraldo, 74 años, nació en Montebello, Antioquia. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando las calles de Bogotá. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen más. Lo puede seguir en http://www.oscardominguezgiraldo.com/
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