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  • Festival de Ancón, 54 años del ‘Woosdstock colombiano’

Festival de Ancón, 54 años del ‘Woosdstock colombiano’

En 1971 se celebró en Colombia el Festival de Ancón, en las afueras de Medellín, lo que se denominaría posteriormente, el "Woodstock colombiano", quizás el mayor evento de rock de la década de los 70, que según los cálculos tuvo a más de 300.000 personas disfrutando durante tres días de música sexo libre, mariguana y alguno que otro hongo, con la obvia resistencia del statu quo del momento. Alucinados recuerdos
John Brian Cubaque 08/07/2025 10 min de lectura
Ancón 1971

Festival de Ancón, 54 años. Ilustración JBCubaque-Quintopiso.net

Probablemente alguno de ustedes, amables lectores, hippie en su adolescencia, estuvo en Medellín hace 54 años cuando se celebró en Colombia el Festival de Ancón, que se denominaría, el «Woodstock colombiano«, quizás el mayor evento de rock de la década de los 70, que tuvo a más de 200.000 ‘mechudos y liberadas’, disfrutando durante tres días de «paz y amor» y de los más conocidos grupos de rock del momento en Colombia. Fue un instante de desahogo, y así como en Woodstock, de liberación de la líbido, propiciado por las nuevas condiciones sociales en el mundo y exacerbado por los efectos del consumo de mariguana, la reina del Festival, uno que otro hongo alucinógeno y algo de LSD; también como rebeldía por las posturas conservadoras del statu quo de la época. Se sabe además, que no hubo riñas, heridos ni intoxicados, a pesar de la enorme cantidad de gente reunida y el poco control ejercido.

Seguramente ahora usted sea un retirado abuelo disfrutando de sus nietos y de «Serenata» los sábados en Teleantioquia y leyendo las reminiscencias de otro privilegiado asistente, como usted, vuelva a revivirlo, con una sonrisa. Ese cronista de época es Oscar Domínguez Giraldo -ahora también dichoso abuelo-, quien logró ‘infiltrarse’ algunas pocas horas y salió ahuyentado (según él, y habrá que creerle) por el efecto de «olores sospechosos» y el excesivo ‘ojeo’ sobre su novia, y recuerda detalles no contados, y ahora ‘ingenuas’ anécdotas, de ese despelote. Aquí su divertida crónica del histórico evento. Recuerdos alucinados

Quintopiso.net

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Ancón 54 años, la leyenda continúa

Oscar Domínguez G.

Los abuelos proustáticos que nos empapamos en los pequeños diluvios que cayeron sobre ese Woodstock de todo el maíz llamado Ancón, en La Estrella, al sur de Medellín, hace tiempo estamos de regreso al pacífico bolero y al ingenuo bambuco.

Todo pasó los días 18, 19 y 20 de junio de 1971.

Adiós mechas largas, guitarras eléctricas, olores sospechosos, libros sobre existencialismo sin leer, decorando el sobaco, pintas en las que se mecían altaneras flores que eran como la marca de fábrica de la época.

Es nostalgia vigente la divisa sesentera de paz y amor. También la doctrina tomada del libro del profeta Jack Kerouac, “En el camino”: “Sólo se vive una vez. Vamos a pasarlo bien”.

Sobreviven en el cerebro, como pegados con goma, los nombres de quienes se encargaron de ponerle banda musical a una generación: Joan Baez, Jethro Tull, The Doors, Joe Cocker, Richie Havens, Pink Floyd, Santana, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, The Who, Black Sabbath, los divinos Beatles.

Para que la claudicación no sea total, mientras el tiempo nos tatúa más y más arrugas en el rostro, les rendimos culto a Mick Jagger, Richards, y demás eternos abuelos y bisabuelos Rolling Stones.

Seguimos pendientes de la línea poética que tira el septuagenario Bob Dylan, Nobel de Literatura a regañadientes.

Los que castigaron el cerebro con LSD, coca, cacao sabanero, hongos alucinógenos, pepas, marihuana y yerbas afines, cambiaron de menú hace tiempos. Esa tribu de entonces, se aficionó a la dosis personal de valeriana y similares. La cannabis pasó a ejercer oficios más benévolos, como remedio contra la artritis y el reumatismo.

El escenario del Festival. Foto El Colombiano
Mariguana, la reina del festival
Filas de ingreso

Ancón, quiebre histórico

Poniendo a funcionar el espejo retrovisor, encontramos que la jerarquía católica se convirtió en inmejorable jefe de relaciones públicas del festival.

La publicidad no costó un peso. Así que la entrada que valía insólitos e incómodos $ 13.20 iban a dar al bolsillo de los organizadores que, al final, perdieron plata: ¡40 mil pesos!

Hicieron nube los colados y disfrazados de testigos de Jehová para que no los reconocieran en casa. O en el colegio.

Nos Tulio Botero Salazar, a la sazón arzobispo de Medellín, soltó toda su artillería pesada contra el aquelarre que convocó a figuras del periodismo como Gloria Valencia de Castaño, don Arturo “El Comino Abella”, Hernando Santos, Germán Castro Caycedo, Elkin Mesa, Henry Holguín, Francisco Velásquez, Juan José García Posada, el Doctor Rock, Manuel Vicente Peña, Jairo Osorio, Fausto Panesso, Jaime González. Juan Luis Mejía Arango, exrector de EAFIT, asistió como protagonista.

«Los que castigaron el cerebro con LSD, coca, cacao sabanero, hongos alucinógenos, pepas, marihuana y yerbas afines, cambiaron de menú hace tiempos. Esa tribu de entonces se aficionó a la dosis personal de valeriana y similares. La cannabis pasó a ejercer oficios más benévolos, como remedio contra la artritis y el reumatismo.»

Oscar Dominguez G.

Nos Tulio, hablando “urbi et orbi”, dejó claro que el festival atentaba contra la moral y las buenas costumbres. Lamentó que el alcalde de Medellín, Álvaro Villegas Moreno, de 35 años, hubiera permitido semejante despelote en la ciudad que reza más rosarios por habitante cuadrado en Colombia.

El joven Villegas, luego gobernador, congresista, presidente del Directorio Conservador, constructor y otros etcéteras, se jugó el puesto y fue más allá: inauguró el festival. “Gracias, maestro”, le dijeron los organizadores olorosos “y no a ámbar” sino a cannabis.

El “godito” del Villegas, a quien le cayó un edificio Space de críticas, jamás se arrepintió de haber dado el permiso y les dijo a los reporteros: “Es el reconocimiento a una acción juvenil que no podemos tapar con las manos”.

El influyente padre Fernando Gómez Mejía, encarnación de la inquisición maicera, desde su «Hora Católica Arquidiocesana» le puso papel carbón a la diatriba del alto prelado. No quería que sus ovejas se descarriaran. “Estos desvergonzados se van a bañar desnudos en el río”, trinó Gómez Mejía con su voz arzobispal en su programa dominical, de obligatoria sintonía en las casas.

El cronista mayor, Germán Castro Caicedo, enviado especial de El Tiempo, consignó en sus despachos que los habitantes de La Estrella proclamaron en un comunicado que “se trata de una reunión de seres anormales y deshonestos en su máximo (sic)”.

La burla a la Iglesia. Foto: Cromos

Siquiera se murieron los abuelos

Ofendidos habitantes del Valle del Aburrá pintaron muros con textos inspirados en la poesía de Jorge Robledo Ortiz: “Siquiera se murieron los abuelos”. Al lado, los jipis ponían su propia declaración de principios a base de paz y amor a través de ese “ruido que piensa”, la música, la joya de la corona del festival, hijo legítimo del de Woodstock, Nueva York, celebrado dos años atrás del de Ancón.

Otro que se salió de la cédula fue el director del DAS, Oscar Alonso Villegas. Pese a su inofensivo bigotico de bolerista, les dio 48 horas a los mechudos forasteros para desocupar la “aldehuela”, como llamó a Medellín el nadaista Jaime Espinel, “Barquillo”, su nombre de combate.

Espinel reclamó para su movimiento la paternidad del famoso des-concierto. Ancón, dijo, fue la prolongación de las veladas en el Metropol, del alemán Herbert Geithner, “bar de bandidos” situado en plena avenida Junín, diagonal a otro ícono de la conversadera, el Versalles.

Elkin Mesa, enviado especial de Cromos, quien publicó en pandemia su novela “Los muros no dejan ver” entrevistó a Carolo, alias Gonzalo Caro Maya, motor del festival, quien le confesó que la meta era “cambiar los conceptos que se tienen sobre el papel de las instituciones, que el estado sirva a la comunidad, no a los intereses de una minoría. Que el poder esté en manos de los capaces, no de los vivos o habilidosos”.

De todas partes vinieron romerías para ver los desafueros y violaciones que se cometerían en Ancón. No hubo tal. Eso sí, la marachafa subió en ese improvisado Wall Street de la traba.

Y como el hábito sí hace al monje, la gente bella lucía bluyines desteñidos, vestidos hindúes vaporosos, botas campana, camisas floridas y sicodélicas, gruesas correas, zapatos de suela de llanta, sandalias trespuntá, reatas indígenas con el signo de la paz en la frente, candongas de plata, collares de chaquiras y chochos. Y poquísima higiene.

Panorámica del Festival. Foto: Radio Nacional

Un Festival sin memoria

En su momento, Carolo, promotor de toda esa locura, anduvo en una de las ferias del libro bogotana promocionando su obra “El Festival de Ancón, del quiebre histórico a la quiebra histórica”, editado por Lealón. El paquete incluye el disco conmemorativo con voces que cantaron en Woodstock, mencionados antes.

Los libros venían con unas hojitas de marihuana. Juro por Nacho, mi chihuahua, que nunca me fumé esa yerbita. El libro que me regaló Carolo tiene una leyenda que dice: “… me dí cuenta que Ancón es irrepetible y eso queda en nuestra memoria”

Carlos Bueno Osorio, corresponsable del libro e historiador de Ancón, cuenta que de regreso a Bogotá, el rockero Manuel V, o Quinto, líder de los mechudos de la Calle Sesenta, santuario del rock capitalino, a quien le habían dado en “cadena” de custodia 400 fotos y transparencias, afiches volantes y otros materiales, le prendió fuego a la pieza donde vivía. Milagro: Este material fílmico fue “lo” único que sobrevivió, informó la Estación Cien de la Policía.

Otro material fue remitido a Canadá. Eran grabaciones en súper ocho, 16 y 35mm. La idea era “traducirlo” todo a Betamax, la joya de la corona del video de entonces. Tampoco funcionó: el hermano de Carolo, destinatario del archivo, murió. Nunca se supo en qué laboratorio quedó la memoria fílmica.

Afiche del Festival. Carolo-Caballero

Gringos de la Metro Goldwin Meyer, con león y todo, vinieron a filmar un documental en 35 mm. Nunca apareció el documental.

Codiscos llevó equipo de grabación. Según Carlos Bueno los responsables de esa tarea enloquecieron.

Queda la memoria y la amnesia de quienes asistimos, yo en calidad de fugaz enviado especial de Todelar y como tímido activista. (Bueno, solo estuvo un rato con mi novia, pero como unos marihuaneros me la querían incautar, nos tocó poner pies en polvorosa). También sobrevive el libro mencionado, y “El Pellizco”, un cadapuedario que des-orienta Carolo y que aparece cuando Dios quiere. Dios no quiere saber mucho de rock para no hacer quedar mal a “Nos” Tulio.

Alucinar un festival

Carolo (22 años, entonces) había estado en peregrinación en Bogotá mercando afiches para su anárquica “Caverna” en el pasaje Junín-Maracaibo.

El azar lo conectó con el fallecido Humberto Caballero (20 años), Álvaro Díaz Manrique, Edgar Restrepo Caro, también q.e.p.d., y Manuel Vicente Peña, Manuel V o Manuel Quinto, también recogido por el silencio.

50 años del Festival de Ancón. Nota de Teleantioquia

Manuel V, convertido luego en adalid de los choferes no matones y en escritor, fue el único “muerto” de Ancón: una sobredosis de cacao sabanero lo puso fuera de combate durante 15 horas.

Terminada la fiesta, Carolo, se le acercó y le dijo: “Nos vamos, esto se acabó, levántate y anda”. Y Manuel “resucitó”. Por ese milagro, y el del incendio en el Chapinero bogotano, sus fans han iniciado el proceso de beatificación de Carolo. En vida, claro. Rodrigo Maya Blandón está al frente del proceso.

Cuenta otro biógrafo de Ancón, Gustavo Arenas, Doctor Rock, que los colinos bogotanos aterrizaron los ímpetus de Carolo y lo encarrilaron. Y “habemus” festival donde se dieron cita durante los tres días entre 200 y 300 mil entre curiosos, quinceañeras fugadas de la casa, enviados especiales, jipis, go-gós, ye-yés, nombres, estos últimos, tomados de estribillos de canciones de los Beatles.

Según la letra menuda de Ancón, la primera iluminación sobre el festival la tuvo Carolo en San Andrés en un viaje de ácido. Dice que siguió a pie juntillas ese mandato sicodélico.

Una veintena de conjuntos de música sicodélica y de protesta contaminaron el sector. Regular la calidad del sonido. A los conjuntos les cambiaban de nombre y de ropa y regresaban al escenario para prolongar la velada.

La cuota musical la pusieron bandas como La Gran Sociedad del Estado, que abrió plaza, Los Monstruos, Flippers (que finalmente no se presentaron), Galaxia, Fraternidad, Blacks Stars, Stone Free, Speakers, Ampex, Yetis, Falcons, Terrón de sueños, y faltan datos de varios municipios.

“Hace 34 años la gente bella de nuestra generación lanzó en Woodstock y Ancón su victoriosa consigna de No a la guerra y Sí a la paz y amor… y consiguió, a golpe de pétalos y buena voluntad, que el mundo despertara de la espantosa pesadilla de Vietnam”. 

Pablus Gallinazus. Manifiesto de Ancón 2005 

Cincuenta y cuatro años después, “nosotros, los de entonces que ya no somos los mismos”, nos tuteamos con proctólogos, urólogos y demás “ólogos” de la medicina prepagada y de las EPS. Pagamos nuestro entierro en cómodas cuotas mensuales.

Empezamos a creer que no somos tan inmortales como nos creíamos. El bisturí ha cortado apéndices que sobraban. Diversas prótesis han remplazado piezas originales. Ennietecemos pacíficamente. Acumulamos tantos almanaques que ya no tenemos necesidad de mentir. Si mucho, aspiramos a merecer el rótulo de “señores”.

Por todo lo anterior, gracias, Ancón, por la conmoción provocada.

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*Óscar Domínguez Giraldo, nació en Montebello, Antioquia en 1945. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la  columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen más. Fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo CPB 2024 por su vida y obra.



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Tags: #nuevosviejos #portada #rompiendoestereotiposdedad Carolo Festival de Ancón Oscar Domínguez G.

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