
Don Miguel Atehortúa, el silletero más longevo. Ilustración JBCubaque-quintopiso.net
Una vida que florece a través de montañas y generaciones1
En la vereda Barro Blanco, en las montañas de Santa Elena, en Medellín, vive un hombre cuya historia se entrelaza con el alma misma del Desfile de silleteros. Con 102 años, Don Miguel Atehortúa (1923) es mucho más que un campesino antioqueño: es el silletero más longevo de Colombia, un verdadero ícono viviente de la tradición silletera paisa. Su figura encorvada y su mirada serena reflejan la sabiduría de quien ha sembrado no solo flores, sino también valores, memoria y arraigo en cada rincón de su finca y su familia.
Desde niño, Don Miguel aprendió a leer la tierra como un libro abierto. Entre surcos de fique y flores, fue cultivando no solo su sustento, sino una vocación que marcaría para siempre a su descendencia. Lo que empezó como una necesidad económica, se transformó con el tiempo en una pasión floreciente: el arte de la silleta. Su vida es testimonio de una región que encuentra en el cultivo de flores una forma de expresión, de resistencia y de orgullo. Su infancia estuvo marcada por el trabajo duro en la finca familiar, guiado por sus padres, quienes cultivaron y tejieron el fique, conocido en la región como «la cabuya»2. Durante décadas, esta fibra natural fue su sustento, hasta que la llegada del plástico truncó sus esperanzas. Fue un punto de inflexión que los obligó a cambiar el destino de sus vidas y de sus tierras, volcándose hacia lo que, sin saberlo, los convertiría en referentes de toda una tradición: el cultivo de flores.
De los cargueros de silla a los silleteros de flores

En la Antioquia del siglo pasado, los caminos de montaña eran transitados por cargueros, hombres fuertes que llevaban personas, alimentos o herramientas sobre sus espaldas, en silletas. Eran los «taxis» de la época, la única forma de moverse en una geografía tan agreste.
Esta práctica ancestral se transformó cuando los campesinos de Santa Elena comenzaron a transportar flores a Medellín usando el mismo sistema a mediados del siglo pasado. Así nació el silletero de flores: un agricultor-artesano que convertía cada viaje en una obra de arte efímera. Por décadas, estos agricultores-artesanos cultivaron flores, y como un divertimento y una manera de captar clientes, empezaron a crear llamativas composiciones con ellas, combinando colores y formas con otros productos que llevaban al mercado. Sin saberlo, sus creaciones terminaron convirtiéndose en verdaderas obras de arte.

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Fue en este contexto que Don Miguel encontró su voz. El contacto con la tierra, la diversidad cromática de los cultivos y el ingenio campesino convirtieron la silleta en su lienzo personal. Sus composiciones, hechas con margaritas, hortensias y bailarinas, eran mucho más que arreglos florales: eran narrativas visuales que hablaban de la historia, la fe y la identidad de su comunidad. Don Miguel y otros contemporáneos (as) suyos que han creado y cargado sus floridas silletas durante más de cincuenta años, así como sus sucesores, han estado #rompiendoestereotiposdedad, al llevar silletas que pueden pesar más que ellos mismos, a edades tan avanzadas.



Esta muestra de ingenio y color fue reconocida oficialmente por primera vez en 1957, cuando el administrador de la Plaza de Cisneros en Medellín, fascinado por los colores y las formas creadas en las silletas, los invitó a participar en un evento especial. La iniciativa, que comenzó como una modesta exhibición, evolucionó con el tiempo hasta convertirse en el icónico y masivo Desfile de los Silleteros que conocemos hoy, una celebración que exalta el arte, la cultura y la tradición de la región. Don Miguel Atehortúa no sólo fue testigo de esta evolución, sino que fue uno de sus protagonistas: de una modesta caminata campesina al mercado, a una celebración de talla internacional que ya casi cumple setenta años.
El corazón de una familia que florece con su legado
Don Miguel no solo ha dejado huella en el desfile, sino también en su vasta descendencia. Con 14 hijos, 30 nietos y 8 bisnietos, la familia Atehortúa (como los Ramírez, los Londoño, los Patiño, Los Hernández, los Amariles, entre otros), se han convertido en un verdadero bosque genealógico de la tradición silletera. Cada generación ha aprendido de él su amor por la tierra, el respeto por la cultura y la importancia de mantener vivas las raíces.
Hoy, su casa en Barro Blanco es epicentro de encuentros familiares, de café compartido, de juegos, de historias contadas al olor de una silleta. La finca es un museo vivo donde los visitantes no solo ven flores, sino que entienden su significado. Don Miguel, aunque ya no participa directamente en el desfile desde hace más de cinco años, sigue atento a cada detalle del cultivo. «¿Cómo va la flor? ¿Hay buen cultivo?», pregunta con frecuencia, recordando que su pasión sigue más viva que nunca.
El testigo ha sido entregado a una de sus hijas. Es ella quien ahora lleva la silleta en representación de toda la familia, con la mirada de su padre como faro y guía. Es un acto simbólico que confirma que el desfile es también un ritual de herencia.
¿Qué representa hoy Don Miguel para la Feria de las Flores?
Don Miguel Atehortúa y su familia, así como todas las familias que han sido creadoras y artífices activos y leales de este evento, son además, guardianas de una tradición centenaria, ligada al cultivo de flores y al emblemático Desfile de Silleteros, atracción central de la Feria de las Flores. Encarnan la memoria viva de un pueblo que marcha con flores en la espalda, pero con historia en el corazón. En cada edición del desfile, aunque algunos ya no estén físicamente presentes, es su legado el que desfila en cada silleta, en cada aplauso y en cada mirada emocionada del público que agradece su esfuerzo y ganas de conservar sus tradiciones.
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El desfile es ahora una plataforma para mostrar al mundo lo que Don Miguel, el silletero más longevo, representa: trabajo, dignidad, identidad, memoria. Su vida es una prueba de que la tradición no es estática, sino una semilla que se adapta, se transforma y se multiplica. La próxima vez que el desfile recorra las calles de Medellín, recuerde que detrás de cada flor, de cada silleta, hay más de una historia que contar, y don Miguel es una de ellas.
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- Como parte de nuestra actualización y reconocimiento de nuevas tecnologías, hemos realizado este ejercicio de construcción de textos con la ayuda de IA (Gemini y ChatGPT). Este artículo fue ideado, orientado y editado por quintopiso.net
- Cargueros, cabuyeros y carriceros. Memoria breve sobre la cabuya en Santa Elena. Por María Teresa Arcila Estrada, Antropóloga, investigadora del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia.
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