Diario de un Peatón
El artículo que presentamos a continuación, fue escrito entre 1933 y 1936 por lo que pido disculpas de antemano si se considera ofensivo o contra la libre expresión de las mujeres (ahora no se puede opinar sobre estos temas porque se corre el riego de ser llamado misógino o cosas peores). QP
Releyendo los artículos recopilados en el libro Diario de un peatón1, del escritor e historiador (y sociólogo), Germán Arciniegas, encontramos una visión clara, profunda y a veces irónica, que de las expresiones y comportamientos de sus contemporáneos tiene el autor. Como éste, muchos de sus temas se relacionan con la cotidianidad; son retratos que nos muestran cómo eran (y siguen siendo) las y los colombianos de a pie. Este texto además, trasciende y se convierte en un deja vu en tiempo presente.
El tema de las cejas y la obsesión de modificarlas especialmente, por parte de las mujeres -con lo que pretenden ‘mejorar’ su aspecto-, ha sido una práctica que viene desde la antigüedad. De los primeros que tenemos noticia son los egipcios, que se pintaban y engrosaban las cejas -hombres y mujeres- como parte de su sentido estético y reconocimiento de clase; pasando por las chinas y japonesas que en el siglo VIII, las rasuraban y luego de empolvarse con harina las volvían a pintar con un técnica particular llamada Oshiroi, que continuaron utilizando las Geishas y los actores del teatro Kabuki; o las inglesas de la época isabelina (1550) que también las rasuraban y pintaban como lo hacía su reina, Isabel I, con curvas delgadas y redondeadas e indicaban su categoría social.
Ya en el siglo XX, con la llegada del cine, las nuevas divas retomaron la moda isabelina y pusieron de moda las cejas depiladas altas y finas (Greta Garbo, Marlen Dietrich). Luego, en los sesentas y setentas con el movimiento hippie, se volvió a lo natural; hasta llegar a nuestros días en que con tecnología se hace diseño de cejas e implantes de pelo; pero además, se ha implementado el tatuaje, por aquello de la moda, y no solo se rasuran sino que se pintan de forma permanente, a veces con resultados no tan estéticos: formas tan exageradas que las convierten en personajes de vodevil o de teatro de comedia.
Lo cierto es que las cejas, según los especialistas, son el área más importante de nuestro rostro, pues logran mostrar nuestras emociones. Además, las cejas son como un identificador facial, incluso más importantes que los ojos para reconocer a otras personas. Sin embargo, en este despelote de diseño, tatuaje, pintura o intención de mejorar su aspecto, las mujeres reflejan otra imagen diferente.
Este texto es un retrato sico-social de época, que involucra además de las cejas, comportamientos femeninos sugerentes que Germán Arciniegas trata con lenguaje sobrio pero irónico y de una manera provocadora y humorística. Esperamos que así sea entendido.
QP
Las tapadas
Por Germán Arciniegas
ESTAS mujeres de ahora que se recortan las cejas, tienen una manera de esconderse muy parecida a la de sus abuelas, las tapadas. En los días coloniales solían ciertas damas curiosas arrimar a los saraos2 cubiertas con un velo muy tupido. Eran las tapadas. Y tuvieron tal atractivo, fueron sujetos de tamañas aventuras y de tal suerte introdujeron al diablo en nuestras cortes, que los reyes de España acabaron por dictar cédulas prohibiéndolas.
Cualquiera comprende que lo de las tapadas fue ardid de criollas para atrapar a los hombres por el camino más seguro, que es el camino del misterio. Sin embargo, las oradoras que abogan por la emancipación de sus congéneres dicen: En los días de la colonia era tan humillante la opresión a que estaba sometida la mujer, que se la obligaba a cubrirse el rostro con tupidos crespones, impuestos por el celo de los hombres …
«En las cejas está pintado el carácter de las personas. Y pintado por mano maestra. Ahí están la pasión haciendo remolinos, el disimulo con pinceladillas de terciopelo, la ceja arisca de los atrabiliarios, etc.»
Germán Arciniegas
Es necesario aclarar la situación de la mujer. Es una situación equívoca. Nosotros escribimos novelas, que ellas nos dictan. La vanidad masculina consiste en no creer que este sea el proceso, en negar que tal sea la génesis del romance. Lo cierto es que cuando el hombre apenas va, la mujer ya está de vuelta. Yo desconfío bastante de una matraca que se ha puesto a reventar en todos los campanarios: la matraca de la emancipación de la mujer. Pero ¿y la emancipación de los hombres para cuándo se dejaría? Por emancipar estamos todos, y quizá los hombres más que las mujeres. Lo grave es que el día en que un hombre llegara a emanciparse creo que debería sentirse tan extraño en el mundo como un fraile sin faldas.
Pues bien. Decía que las cejas que hoy se depilan, pintan y alargan, me ponen a pensar en las tapadas. La razón es obvia. No hay dato humano que sirva tanto para conocer a una mujer como las cejas. Fijaos bien en la personalidad que le dan a cada sujeto esos pelos que nacen en la base de la frente. Yo no conozco –y me he fijado harto en la humanidad para decirlo-, a dos individuos que tengan sus cejas ni aun siquiera parecidas, Dios tuvo su hora de sagacidad y de buen humor al pintar esas dos como manchitas de tizne en el rostro. Fijaos en las cejas de tres o cuatro pelos, en las que son maraña, en las crespas y en las sedosas, en las que tienden a unirse en una sola raya, en aquellas de un emplumado casi imperceptible contra el ceño. En las cejas está pintado el carácter de las personas. Y pintado por mano maestra. Ahí están la pasión haciendo remolinos, el disimulo con pinceladillas de terciopelo, la ceja arisca de los atrabiliarios, etc. Si el lector quiere observarlo, no tiene sino que salir a la calle y ver. Pero verlo en los hombres, porque las mujeres ya se escondieron detrás de las cejas artificiales.
La verdad es que la inventora del ocultamiento ha sido la mujer. Para picar al hombre, para intrigarlo, para obligarlo a que la busque y la persiga. Aunque se proclame que la curiosidad tiene nombre de mujer, la curiosidad es condición eminentemente masculina. Por saber cuál es el rostro que oculta un antifaz, una mujer no paga un cobre, pero un hombre juega la vida. Las turcas sostienen ahora que han sacudido un yugo impuesto por los hombres al rasgar el charchaft que las velaba. ¡Leyenda! El charchaft no fue originalmente sino una trampa ideada por alguna oriental peligrosa para volver locos a los galanes del barrio. Seguramente profetas y legisladores decretaron luego el uso de esos telones por exigencia de las damas. Damas que luego empezaron a trinar3 (no en twiter, aclaramos): ¡nos tienen oprimidas! El pobre Loti, que era un marino ingenuote, fue de los convencidos.
«La verdad es que la inventora del ocultamiento ha sido la mujer. Para picar al hombre, para intrigarlo, para obligarlo a que la busque y la persiga. Aunque se proclame que la curiosidad tiene nombre de mujer, la curiosidad es condición eminentemente masculina.»
Germán Arciniegas
La mujer se ha ingeniado para volverse a ocultar inventando las cejas artificiales. Cada pelo que la pinza arranca es un indicio que se nos fuga. Me río de las máscaras de los chinos y huitotos, del velo de las tapadas y turcas, del claustro, del antifaz, ante la burla de estas cejas de ahora, de diablillos ingenuos, de tinta china, que suben y bajan y se prolongan fingiendo párpados de buey o dejando al hombre plantado como delante de un biombo japonés.
Es curioso que un ardid semejante se le haya ocurrido lo mismo a Greta Garbo que a los ticunas. Pero como digo, cuando el hombre apenas va, la mujer ya está de vuelta. Detrás de una máscara preparada por Elizabeth Arden, del Instituto de belleza de Chicago, no veo sino el misterio, la aventura de la tapada, la dama del charchaft. Para conocer al hombre más impenetrable, basta un ligero rasguño. La mujer más diáfana la descubrirán los Carnavones o los guaqueros.
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Sus contenidos buscan incentivar la actividad intelectual y física de esta franja etaria y promover la vejez activa y sana.
¡Gracias por compartir!
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- Germán Arciniegas. Diario de un Peatón. Imprenta Nacional. Bogotá,1936 (Edición original)
- Sarao. Fiesta nocturna al aire libre que incluye bailes y música.
- Trinar, así como «echar chispas», eran expresiones comunes de la época que significaban ponerse furiosa o brava. «Mi mamá está que trina por la pilatuna de Juanito» o «Esa muchacha está que echa chispas porque el novio la dejó plantada».