Por Oscar Domínguez G.*

Como en la aldea global siempre estamos festejando algo, hablemos de la radio que el 13 de febrero celebró su día mundial por decisión de la Unesco.

Ernesto Sábato lamentó la muerte de una vecina suya en febrero cuando no hay nadie en Buenos Aires. No es el caso de la radio que nos acompaña día y nochemente.

Escucho radio desde la época en que todos somos inmortales: la niñez. La radio hacía las veces de televisión, periódico, internet, wasap. Si Dios estaba en todas partes, según el catecismo de Astete, la radio también tenía- tiene-  ínfulas de omnipresencia.

El aparato era un miembro más de la familia. La mascota. Tan importante como el agua y la luz. Una prótesis. Ganas daban de invitarlo a enamorarse de alguna vecina o a jugar fútbol con los demás chinches de la cuadra.

«Por ese cachivache supimos del asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán. Nunca se me olvida que perdí el sueño y el insomnio cuando escuché por radio que el mundo se iba a acabar. Siempre lamenté no haber escuchado por radio la noticia sobre la invasión de platillos voladores dada en Nueva York por Orson Welles

Radio de tubos de mediados del siglo XX que conserva el autor.
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Nunca le permitiré al señor Alzheimer que borre de mi disco duro un radio Zenith transoceánico que mi padre encontró en algún mercado de las pulgas. Cuando todo el mundo estaba recogido debajo de las cobijas me las apañaba para prender ese radio que sintonizaba emisoras remotas.

«Si Dios está en todas partes, según el catecismo de Astete, la radio también tiene ínfulas de omnipresencia.»

Con el sol a las espaldas, frente al pelotón de fusilamiento de la vejez, cuando “siento que estoy empezando a desaparecer”, tengo tantos radiorreceptores como biblias (6). También tengo a la mano el número de la policía, por si alguien se atreve a robarme alguno de mis aparatos.

El primer libro que “leí” me entró por el oído. Lo he contado, pero no con Trump de expresidente, en el merecido asfalto. Me refiero a “Lejos del nido”, radionovela. Al libro físico de don Juan José Botero llegaría después. La historia del médico Alberto Limonta, en El derecho de nacer, también la conocí por la radio.

Radiola
Radio Transistor

Que el mundo se daba contra las paredes con prosaicas guerritas lo sabíamos por la cajita mágica. Por ese cachivache supimos del asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán. Nunca se me olvida que perdí el sueño y el insomnio cuando escuché por radio que el mundo se iba a acabar.  Siempre lamenté no haber escuchado por radio la noticia sobre la invasión de platillos voladores dada en Nueva York por Orson Welles.

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Carlos Arturo Rueda C. (centro) fue el pionero de la narración deportiva en Colombia. Foto RTVC

La banda musical de los primeros años corría por cuenta de boleros, tangos, guarachas, rancheras, pasodobles. La radio ofrecía ese menú.

Mi primer empleo fue en radio como mensajero en el noticiero de Todelar que dirigían a seis manos y tres gargantas Antonio Pardo, Gabriel Cuartas Franco y Alberto Giraldo. Los Tobón, sus dueños, eran cumplidos para pagarme los 900 pesos mensuales que ganaba como patinador o mensajero de la redacción encargado de realizar una faena sin la cual no habría informativo: me tocaba llevarles a los locutores las cuartillas en las que estaban escritas las noticias en máquinas de escribir que hoy son bellas piezas de museo.

Algunos reconocidos hombres y mujeres de radio, entre ellos Jorge Antonio Vega, Gloria Valencia, Otto Greiffestein y Juan Harvey Caicedo. RTVC

Y como el destino ha sido amable a morir conmigo, también fui corresponsal de La Voz de Alemania y de Radio Francia Internacional. En la madrugada me despertaban desde Colonia, Alemania, el gran Ricardo Bada, felizmente vivo, como suele decir él, y Ramón Chao, desde los parises de la Francia.

En fin, que en el Día de la Radio sea un pretexto para decir que estoy muy agradecido con la radio por los favores recibidos.

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*Óscar Domínguez Giraldo, 77 años, nació en Montebello, Antioquia. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la  columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen más.

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