Los viejos y el Coronavirus en Colombia
Por Ligia Echeverri Ángel*
Las dos caras de la cuarentena
El Covid -19 nos tiene encerrados. Y los adultos mayores estamos viviendo realidades diferentes según la situación de salud, económica y familiar que estemos afrontando. Por un lado están los que gozan de ser pensionados o que tienen la fortuna de contar con un ingreso suficiente, tener un núcleo familiar estable y confiable, y una buena prestadora de salud que lo monitoree y esté pendiente de usted, ése es el estado ideal y por fortuna lo pueden vivir muchos colombianos. Por otro lado, están las personas que tienen algún grado de dependencia económica y/o familiar, que no cuentan con pensión, están enfermos o limitados y en muchos casos, carecen de un servicio de salud confiable que los atienda. Y por último, están los desamparados y sin fortuna que viven en los ancianatos públicos y los que dolorosamente viven en la calle. Miremos
No todo ha sido malo
En esta crisis sanitaria y social, no todo ha sido malo. Vale la pena destacar el interés institucional y del gobierno colombiano, impensable en febrero /20. Me refiero a la atención, afecto y cuidado para con el adulto mayor en esta cuarentena obligatoria.
Me consta que en este mes las EPS (en mi caso Unisalud), gracias a políticas públicas acertadas, han detectado a los adultos mayores más vulnerables al coronavirus, los han localizado virtualmente y les han brindado seguimiento, apoyo y acompañamiento a su salud, enviando autorizaciones para citas y procedimientos de sus preexistencias e incluso enviando los remedios indicados según sus dolencias, hasta el domicilio. Esto es inusitado y por supuesto, bienvenido. Y también es sorprendente, si nos atenemos a las dificultades y quejas que permanentemente se escuchan sobre la demoras de las EPS para otorgar citas. Claro que no todas las EPS son iguales, ni antes, ni ahora.
Afirmo lo anterior porque en la Colombia rural vigente hasta mediados de los años sesenta, los viejos y viejas campesino(a)s o pueblerino(a)s asumían todas las funciones de la familia, incluidas aquellas que en el proceso de desarrollo de los últimos 65-70 años, se fueron transfiriendo con políticas públicas a los sistemas educativo, económico, de salud y laboral, a la tecnología y a una serie de organizaciones y organismos como ICBF, oficinas de la mujer y ONG.
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Hasta hace 50 años, los adultos mayores tenían la certeza de que si cuidaban a sus hijos y se sacrificaban para darles una mayor educación, cuando ellos crecieran y fueran personas adultas, seguirían como hasta entonces, “velando “ por ellos. Este término tiene una connotación más allá del mero acompañamiento. Significa que hijos, hermanos y nietos tenían que cuidar a sus padres en la vejez, tal como hasta entonces, lo hicieron generaciones anteriores.
Crecimiento geométrico y migración interna
Las rápidas transformaciones económicas y sociales de los 60s, abrieron la compuerta para muchos nuevos tipos de familias, cada vez más independientes del tronco ancestral y, compuestas por individuos liberados de ataduras y responsabilidades con sus terruños y ancestros. El crecimiento geométrico y la migración interna de estas nuevas familias hacia la urbe, conformaron ciudades y megalópolis, inventaron y adoptaron tecnologías complejas, globalización de mercados, educación y vidas. Surgen nuevos valores que exaltan el consumismo, la riqueza y el poder y, con ello se empezó a menospreciar al viejo que ya no encajaba en la ciudad, ni en el campo y menos con los avances de la ciencia y la tecnología, la carencia de ingresos propios, pensión estatal o inalcanzables opciones laborales citadinas, es decir “dignas”. Porque envejecer como campesino en Colombia, equivale a ser ignorante, atrasado y dependiente. Cuando ese adulto mayor no logró acumular riqueza para su vejez y carece de ingresos o pensión, es un “estorbo” para las pequeñas familias urbanas, en pequeñas casas citadinas. En estos tipos de familia, todos sus miembros trabajan o estudian y cuando deben “velar” por uno o por todos los padres viejos sin recursos propios, o no pueden, o no quieren hacerlo y en últimas, los viejos se deben someter sumisamente a las reglas que impongan hijos, nietos o cónyuges. Hay diferencias. Veamos algunas:
- Adultos mayores en pareja o solos son independientes que atienden con cariño consejos y asesorías de hijos, nietos y parentela respecto a la toma de decisiones importantes: dónde vivir, cómo vivir, cómo invertir o cuánto gastar Estos son adultos mayores privilegiados que ahorraron para la vejez y que se prepararon para ser autónomos a pesar de su origen campesino o de pequeños poblados.
- Adulto mayor vive con un hijo, hermano o pariente, pero en su propia casa. Estos, él o ella, gozan de “cierto respeto” mientras tenga capacidad de encargarse de oficios domésticos como alimentación, aseo, cuidado de menores o de otros adultos mayores, al menos hasta que el jefe de familia lo califique como estorbo y se decida internarlo en una “residencia para ancianos” contra su voluntad casi siempre, o aquél se resigne a una permanente agresión psicológica, física y verbal, unas veces camuflada y otras francamente grotesca. Esta modalidad se ha reportado por los medios cuando se refieren a la violencia intrafamiliar en esta época. Pero es importante aclarar que según muchos analistas, los viejos no denuncian casi nunca esa agresión. Se resignan para evitar que los abandonen o encierren.
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- La tercera modalidad es similar a la anterior pero en ella abunda la violencia verbal y psicológica porque el adulto mayor no posee nada. La vivienda es de un pariente, que si bien lo acoge en su hábitat, se lo echa en cara y se lo refriega todo el tiempo. En ese ambiente, los nietos van creciendo y se suman al “irrespeto” por tales viejos. Éstos, según mis estudios de los años 80 y 90 (Echeverri de F. Ligia “Familia y Vejez en Colombia”), nunca denunciaron por temor al abandono o al encierro
- Y para terminar, está la categoría de los más pobres y abandonados, conformada por los viejos encerrados en los ancianatos públicos de todo el país, a quienes nunca visita su familia, ni le brinda un apoyo en los duros momentos del proceso de envejecimiento y por los viejos que deambulan por las calles, los que esculcan los basureros y desechos de restaurantes y plazas de mercado para subsistir. Aquí hay todo tipo de violencias. Violencia social y cultural de un país que no respeta, ni valora a los mayores, violencia del sistema económico que no otorga pensión subsidiada a aquellos que otrora no tuvieron acceso al sistema, violencia intrafamiliar de núcleos extensos de familia que desprecian a su abuelo o progenitor cuando éste no puede valerse por sí mismo.
Por lo anterior, ésta cuarentena —y la que se espera antes de ganarle al coronavirus—, va a ser muy infeliz para los adultos mayores. Para todos, pero especialmente para los mencionados en las tres últimas modalidades. Tecnología, valores siglo XXI y vejez sin autonomía económica o física, más cuarentena obligatoria, son la peor tortura para cualquier valiente ser humano que logra alcanzar esta etapa vital.
** Socióloga y Antropóloga Social, especialista en Familia. Ex vicerrectora y Profesora Titular de la Universidad Nacional de Colombia. Autora de varios libros y artículos sobre Familia, Vejez y Envejecimiento.