Textos prestados.
Con la publicación de la columna de Rosa Montero, continuamos con nuestra serie «Textos prestados«, escritos de opinión relacionados con la situación que vivimos por el coronavirus. Han sido publicados en otras revistas, periódicos, blogs o redes sociales, algunos de personas muy conocidas y otras no tanto, que tocan el tema de una manera reflexiva pero más relajada y agradable, no exenta de crítica, cada uno con una perspectiva diferente.
En los textos que estamos seleccionando para ustedes, buscamos que contengan los principios básicos de nuestro sitio —quintopiso.net—, es decir, bienestar, ejemplo vital, buena vibra emocional; que sean también, un espacio de exaltación de valores y sentido positivo de la vida, la diversidad y por supuesto, el humor. Esperamos que sean de su agrado.
Nuestra invitada de hoy es la reconocida periodista y escritora española Rosa Montero, de 69 años (Madrid, 1951). Feminista y autora de libros como “La biografía de las mujeres» (1995), donde destaca la vida de 16 mujeres de diferentes realidades como la escritora George Sand, la escultora Camille Claudel o las hermanas Bronte. En 2018, en su libro «Nosotras», amplió en 90 su serie de biografías de mujeres, todas ellas expoliadas, desconocidas o simplemente relegadas a un segundo plano por el mundo machista, reivindicando su papel en la historia.
Ha ganado innumerables premios en sus dos facetas profesionales. Con su novela «La hija de un hombre que come hombres» ganó el Premio de primavera a la novela española (1997). En 2017 fue distinguida con el Premio Nacional de las Letras por su larga trayectoria novelística, periodística y ensayística. También ha escrito para medios internacionales como Stern(Alemania), Libération(Francia), o The Guardian(Reino Unido), así como para Clarín(Argentina), El País(España), o Mercurio(Chile). Crónica del desamor (Debate, 1979), Te trataré como a una reina (Seix Barral, 1983), La hija del caníbal (Espasa, 1997), La loca de la casa (Alfaguara, 2003), Instrucciones para salvar el mundo (Alfaguara, 2008), Los tiempos del odio (Seix Barral, 2018) son algunos de sus libros más destacados.
En esta columna, que fue publicada por El País de España (21/03/20), Montero nos habla de la insensibilidad social hacia las personas mayores así como el desprecio por la vida de los otros, que ha traído la pandemia del coronavirus. Una dolida reflexión sobre el sentido de la vida y el desdén que por los viejos tienen los más jóvenes. Valores en decadencia.
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De avanzada edad
Rosa Montero
21/03/2020
Vivimos en una sociedad tan ajena a la muerte y prepotente que a veces la gente sufre el pasajero delirio de creerse eterna.
Mi querido hermano, que es algo mayor que yo, me telefoneó el otro día: “Estoy contentísimo, he ido a renovar el documento de identidad y ya me lo han dado sin fecha de caducidad. Esto de envejecer sólo tiene ventajas”, ironizó con su habitual sentido del humor. Y es que al parecer tras cumplir 70 años te dan un DNI con validez permanente. Se ve que la Administración piensa que a partir de ahí te queda poco, o por lo menos que lo que te queda es una filfa, un tiempo de descuento y de mero almacenaje. Que ya no vas a hacer nada memorable, nada bueno y ni tan siquiera nada malo, de modo que el Estado no necesita tenerte actualizado en sus registros porque previsiblemente no vas a delinquir. De sólo pensar en todo esto me están entrando irrefrenables ganas de asaltar un banco en cuanto que me convierta en septuagenaria.
Sobre la vejez
Como siempre me ha obsesionado el paso del tiempo (uno empieza a envejecer desde la cuna), hace mucho que soy consciente de esa cualidad de despeñadero que tiene la vejez en nuestra sociedad*. Por ejemplo, en las encuestas, o en los prospectos de los medicamentos, los tramos de edad suelen detenerse abruptamente en torno a la sexta década. Las zonas inferiores están meticulosamente subdivididas (entre 14 y 29 años, entre 30 y 45, entre…), hasta llegar al ventoso repecho final: más de 65. Y a partir de ahí, la nada. Terra incógnita. El Marte irrespirable de la ancianidad. Por no hablar de la vertiginosa tendencia de las biografías a saltarse olímpicamente los últimos años de sus biografiados. Y así, hay libros de 600 páginas que narran la existencia de un personaje que vivió, pongamos, 80 años; y resulta que los últimos 20 apenas ocupan 10 páginas de todo el volumen, pese a ser un cuarto de la vida del individuo. Creo que, para compensar, debería escribirse un libro de biografías que sólo tratara de la vejez de los personajes famosos. Seguro que descubriríamos cosas de interés.
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Puede activar los subtítulos en español en el editor de idioma (der), ampliando el video. AARP.
“…Total solo mata a los viejos y a los enfermos. Alegría, alegría.”
Quiero decir que envejecer es muy humillante**. Y no hablo ya de las humillaciones del cuerpo (la vista empobrecida, las articulaciones que chirrían), sino de los innecesarios menosprecios sociales. Ahora estamos viviendo una de esas olas colectivas de desdén por los viejos. Francamente, la delectación con la que los medios y los especialistas repiten la consabida frase de que el coronavirus es letal fundamentalmente para “gente de avanzada edad” y “con patologías previas” es algo que desanima bastante. Y no por la noticia en sí, que es un rasgo epidemiológico importante y muy necesario de tener en cuenta, sino por el alivio con que se menciona; por cómo rebota la frase de boca en boca, de tertuliano en tertuliano, de charla de bar en charla de bar: venga, no hay que preocuparse tanto con este bicho, total solo mata a los viejos y a los enfermos. Alegría, alegría.
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La muerte como fracaso
O lo que es lo mismo: algo habrán hecho los que se mueren, en algo serán responsables por su defunción. Y es que vivimos en una sociedad tan progresivamente ajena a la muerte, tan alejada de los ciclos biológicos, tan medicalizada y prepotente, que a veces la gente sufre el pasajero delirio de creerse eterna. La muerte es vista como una anomalía, como un fracaso, como algo irregular. Muere quien no es capaz de seguir vivo. En fin, el caso es que, como es natural, la gente “de avanzada edad” y la que tiene “patologías previas” no comparten el general alivio que los tópicos sobre el coronavirus proporcionan. Saber que si tienes, por ejemplo, más de 70 años o si padeces un asma grave o bronquitis crónica estarás más en riesgo cuando enfermes, ya es en sí un fastidio. No lo empeoremos, por favor, con ese desfachatado ninguneo social; con esa especie de alegría bárbara “porque a mí no me toca”, la misma alegría que mostraba el personaje de Tolstói por no ser el cadáver en esa joya que es La muerte de Iván Ilich. Y diré algo más: esa edad invisible, esa tierra de nadie de la vejez es cada día más amplía, más dilatada. En España hay ahora mismo más de 16.000 centenarios. El abismo sin nombre tras el epígrafe “Más de 60 años” empieza a abarcar ya un tercio de nuestra existencia. La avanzada edad es plena vida.
Referencias
*El País. España: «La vejez no llega a los 70, sino cuando nos volvemos dependientes». Sarah Harper. https://elpais.com/sociedad/2019/06/18/actualidad/1560876583_463246.html
**El País. España: Mayores de 45 absténganse. https://elpais.com/elpais/2018/09/13/opinion/1536850378_116589.html