Por Argemiro Paredes Chaves
En la universidad, desde los primeros días, Alfredo Rojas de Armenia, Teresita Botero de Pereira y yo, Nicolás Garzón de Bogotá, formamos un trío muy unido y estudioso, amantes del tango y el aguardiente. Con frecuencia nos reuníamos a tomar trago y a escuchar música. Con los días, Alfredo y yo nos enamoramos de Teresita, cada uno con el deseo de ser su novio y, más adelante, su marido. “Teresita”, le dije en una de esas reuniones, “tú sabes lo mucho que Alfredo y yo te queremos. Cada uno esperando ser tu novio, te pedimos que nos digas cuál es el que más te llega al corazón y no habrá reclamos ni rencores del que pierda”. “Muchachos”, contestó, “ustedes saben cuánto los quiero a los dos. Pero como no puedo tener dos novios me inclino por Alfredo”. “Gracias Teresita”, contesté. “Y a ti Alfredo te felicito y envidio”, dije, sintiendo desde lo más profundo de mi alma un gran dolor y una enorme tusa. La reunión se enfrió y nos despedimos de besos y abrazos.
Entonces, para sacudirme de esa gran tusa decidí viajar a Buenos Aires y vivir una temporada allí. Era un deseo que tenía y pensé que podía pasar un tiempo en esa ciudad gracias a parte de una herencia que me había dejado mi abuelo, a quien le gustaban mucho mis cuentos cuando era niño. Él siempre se acordaba de cómo los hacía reír con los chistes y las ocurrencias. Llamé a Teresita y Alfredo para contarles del viaje. Nos despedimos con algo de tristeza. Conseguí el pasaje para dos días después. Mi hermano Fabio me ayudó con la maleta y me acompañó al aeropuerto. Después de más de ocho horas de vuelo, llegué a Buenos Aires. Tomé un taxi que me llevó al sitio donde ya tenía reserva. El chofer, se llamaba Benjamín, resultó muy conversador y atento y me deseó buena estadía en la ciudad. Me dio su tarjeta con sus números telefónicos del trabajo y de su casa, asegurándome un servicio a cualquier hora del día, de madrugada o de noche.
Tour por Buenos Aires
Después de llenar la hoja de ingreso, subí a la habitación y me di una buena ducha, me cambié de ropa, salí a dar una caminada por la hermosa Calle Corrientes. Era casi verano y descubrí con sorpresa que, siendo casi las diez de la noche, todos los bares y cafeterías estaban llenos de gente; todos conversando alegremente, tomando vino y comiendo, cantando algunos, disfrutando de la vida. Entré a un lugar y pude acomodarme en la punta de una banca. Me tomé dos copas de vino y me comí dos empanadas. Eran casi las doce cuando llegué al hotel, pero al ver que no tenía sueño me devolví para la calle pues había visto los anuncios en dos teatros que tendrían función a la una de la mañana. En uno presentaban “Hamlet” y en la otra “La vida es sueño”. Me decidí por ésta última, pues siempre he sido amante del teatro de Calderón de la Barca. Fue una presentación impecable, de una gran actuación de los actores.
Al día siguiente tomé un tour por la ciudad. Empezamos por la calle “Caminito”. No encontré nada distinto a una calle cualquiera, una calle común y corriente, salvo una pareja que bailaba tango en un andén y cuatro tiendas de artesanías sin ofertas que valieran la pena, muchas chucherías. Pasamos luego a ver la “Casa Rosada”, la casa presidencial, a tomarnos fotos en frente. Imposible conocer su interior. Bien imponente su arquitectura. Seguimos por “La Plaza de Mayo”, conocida por Las madres de la Plaza de Mayo. Siguiendo el recorrido fuimos al puerto. Recordé esas imágenes de los marinos tomando y cantando hermosas canciones napolitanas, muchos con los ojos llenos de llanto y añorando su lejana Italia. Yo también solté una lágrima.
El Mundial de Fútbol de 1978
Enseguida pasamos a conocer los dos estadios más famosos de la ciudad. Empezamos con el del equipo Boca, conocido como La Bombonera. Pensé en esa hinchada que no para de gritar desde el primer minuto, lo cual pone muy nervioso al equipo contrario y, aunque en algunos casos hay agresiones, la fama es que un equipo que juegue de visitante no pueda ganar allí. Recordé la época cuando tres colombianos jugaron con Boca, que salieron campeones y fueron muy queridos por su hinchada: Córdoba, Bermúdez y Chico Serna. Después fuimos hasta el estadio de River Plate, llamado el Monumental, famoso por haberse jugado allí la final mundial de 1978. Mis abuelos maternos estuvieron en ese partido.
Argentina Campeón mundial La Bombonera
Cuenta mi abuelo que cuando, en tiempo adicional, Kempes marcó los dos goles que le daban el título mundial a Argentina, todo el estadio se convirtió como en un manicomio, unos cantaban y otros lloraban de alegría. Cuenta que les tomó más de dos horas salir del estadio. No había ni taxis ni buses ni metro para llegar al hotel, que estaba lejos, había que caminar. “Tampoco se podía avanzar”, contaba, “la multitud nos fue empujando, a veces cargándonos hasta llegar al hotel. Cafeterías, bares, restaurantes todos llenos hasta los andenes, no hubo manera de tomar un refresco. Nosotros pudimos tomar algo en el bar del hotel”. Pero dice que hicieron un viaje muy feliz, agrega mi abuelo. El tour seguía hacia la Biblioteca Nacional, una de las más famosas del mundo, con una colección de incunables única. Todos los visitantes atendidos por unas hermosas señoritas elegantemente vestidas, trilingües, que los guiaban y ayudaban a conseguir lo que buscaban. Muy famosa por ser el sitio preferido de Borges. Allí, en los últimos años, Borges tenía mensualmente un conversatorio con Ernesto Sábato, considerado como el evento cumbre de la literatura de los años setenta. Allí Borges decía que soñaba ser el gran bibliotecario universal. Lástima que ya no estén.
Malena baila tango
Había decidido tomar un curso de baile de tango, y llegó la hora de mi primera clase. Al entrar al instituto se me acercó una hermosa porteña, el cabello castaño, la piel un poco cobriza, unos ojos verdes de miedo y unas piernas preciosas. Quedé paralizado. “Busco a Nicolás”, dijo. Con voz temblorosa, contesté que era yo. “Mi nombre es Malena”, se presentó, “y soy la profesora”. “¿Malena como el tango?”, dije. “Sí”, respondió, “pero no canto. Empecemos. Abrázame con la palma de la mano. Vas marcando cada paso, ya te diré cómo. Pero recuerda que, en el baile del tango, el hombre es el que lleva el mando”. Dio un paso atrás y yo, todavía impactado con su presencia, no me pude mover. “Ché, Nicolás”, me dijo, “relájate para que podamos empezar y no me mires tanto, que no muerdo”. Finalmente pude moverme y lo hice bien.
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A los dos meses éramos ya una pareja de mostrar. Por esos días me gustaba ir también a la librería “El Ateneo”, muy conocida en todo el mundo y la primera en Suramérica. Un llamativo edificio, con seis pisos de libros en todos los idiomas, una buena colección de ediciones especiales. Vendedores elegantemente vestidos, chaqueta y corbatín rojos, camisa y pantalones blancos, todos bilingües. Muy amables y conocedores de su oficio, mostrando lo último en el mundo editorial, lo convencían a uno de comprar algo. Como iba casi a diario, hice amistad con un vendedor, Adolfo Conti, que me ponía al tanto de cualquier novedad. Un día muy emocionado me dice: “Mira Nicolás, te tengo una gran sorpresa. Nos acaba de llegar de Colombia un libro de cuentos escrito por Julio Paredes, un autor de muchos quilates. Esperamos que tenga una buena acogida. Como yo era muy cercano a Julio, sentí una gran emoción. Compré tres ejemplares, dos para una pareja de médicos colombianos muy amigos y uno para mí.
Viendo que mi vida en Buenos Aires podría alargarse, decidí tomar en arriendo un pisito (aparta estudio) amoblado. Pequeña sala comedor, baño y cocineta, tres asientos, alcoba con buena cama y un buen surtido de cobijas y tendidos. La clase de tango con Malena iba cada vez mejor. De pronto, bailando un día, sentí que su cuerpo se acercaba más al mío. La abracé con más fuerza y bailamos como nunca. Nos fuimos al pisito y pasamos una noche inolvidable. Le pedí que se viniera a vivir conmigo. Me dijo que iba a pensarlo. Nos besamos largamente y sentí que vivía en el paraíso.
Todos los fines de semana salíamos a bailar. Le enseñé a bailar salsa y con dos médicos y sus esposas colombianas formábamos un sexteto que, cuando terminábamos de bailar en la pista, solo se oía un sonoro aplauso. Un sábado fuimos a bailar al “Viejo Almacén” sitio tanguero muy conocido en la ciudad. Pedimos una botella de champán y una picadita de carne. Bailamos varios tangos, lo hicimos tan bien que, cada vez que terminábamos, la gente alrededor no paraba de aplaudir. Vino el dueño del local y nos felicitó. Nos dijo que todo lo que consumiéramos corría por cuenta de la casa. Nos preguntó si queríamos trabajar para él, con presentaciones de cinco tangos dos veces por semana, y que propusiéramos las condiciones. Le dimos las gracias y le dijimos que íbamos a pensarlo. Enseguida bailamos una milonga y la gente enloquecida. Estaba muy sorprendido. Incluso hasta algunas señoras que estaban con sus aburridos esposos millonarios me hicieron señas para que las sacara a bailar. Creo que bailé con unas cuatro, lo cierto es que al final tenía como 200 dólares en el bolsillo de mi camisa. A la mesa nos llegaron botellas de champán, enviadas por algunos clientes, pero ni a Malena ni a mí nos cabía un trago más. Le pedí al administrador que llamara a Benjamín (yo le había dado su tarjeta) para que nos recogiera. Llegó y, con ayuda de un mesero, nos subieron al vehículo y, con la ayuda también del portero del edificio, llegamos al pisito.
En la mañana, casi al mediodía, me levanté y me preparé un buen café. De pronto, empecé a sentir que todos mis miedos y mis nostalgias aumentaban y, sin pensarlo, decidí regresar a Bogotá. Llamé a la agencia de viajes y me informaron que había vuelos los miércoles y viernes, con llegada más o menos a las seis en la noche. Separé para el siguiente viernes. Llamé a mi hermano para que me recogiera en el aeropuerto. Le dije que no les contara a mis amigos y mucho menos a Teresita y Alfredo. Que les daríamos la sorpresa el sábado. Entonces, antes de colgar, me dijo, “Mi hermano lo siento mucho. A los pocos días de tu viaje, Teresita y Alfredo se casaron, pero con tan mala suerte que poco después un auto fantasma arrolló y mató a Alfredo cuando cruzaba la calle. Teresita me pidió que no te contara esto hasta que tú volvieras. La noticia me dejo frío, en mitad de un gran entristecimiento. Le pedí que llamara a Candelaria para que me tuviera listo el apartamento.
De vuelta a Colombia
Siendo casi las doce, Malena se levantó y me llamó para decirme que nos fuéramos juntos. Nos metimos a la ducha y la vi tan linda que casi cancelo el viaje. Fuimos a almorzar a un restaurante cercano y terminando le conté lo de mi viaje. Se puso pálida y no pudo hablar. Llegamos al apartamento, me abrazó. y me dijo “No me dejes Nicolás, qué hemos hecho mal, dímelo para corregirlo, pero por favor no te vayas”, sumida en un inmenso llanto. “No me dejes, no te vayas Nicolás”, repetía llorando, “me vas a dejar sin vida”. Le dije que me dolía mucho separarnos, pero tenía que estar de regreso en Bogotá, que mi abuela estaba muy enferma, lo mismo que mi abuelo, ambos con casi 95 años, que me quieren ver y yo quería acompañarlos en sus últimos años. “No quiero creer que te vayas”, me dijo. “Yo tenía muchos planes para los dos. Podríamos aceptar la oferta de lo del Viejo Almacén, abrir una academia de baile y poder así viajar cada dos meses a las playas de Chile o Brasil. Con tu viaje todo se fue al carajo, mis sueños destrozados”.
Me sorprendió oírla hablar así, pero comprendí su estado. Salí a hacer algunas compras de regalos. Una chaqueta de cuero para Teresita, un saco de pura lana para mamá, un suéter de cachemir para mi hermano y una camisa y saco de lana especiales para el frío para el abuelo. Bufandas, libros, CD de música para los amigos. Benjamín me acompañó todo el tiempo y también se encargó de empacar y aforar como carga en el avión. Le ofrecí a Malena que siguiera con el pisito, que yo pagaba la renta, pero no aceptó. Llegó el jueves en la mañana, hice entrega del pisito, no hubo ningún problema. En la tarde fui a la librería a despedirme de Conti. Mientras tanto, Benjamín llevó a Malena con todas sus cosas a donde la abuela. Al regresar encontré una nota de Malena: “Tranquilo Nico, me voy donde la abuela, adiós y buen viaje”.
El vuelo salía a las nueve de la mañana. Me fui a dormir al hotel y a las seis estaba Benjamín llevándome al aeropuerto. Llené los datos necesarios y como me quedaba tiempo invité a Benjamín a desayunar. Le di las gracias por lo bien que supo servirme, le di un abrazo, más un billete de 100 dólares, le pedí que cuidara a Malena. “Vaya tranquilo Nicolás”, dijo. “La cuidaré y serviré en lo que pueda necesitar. Para mí ha sido un gran placer conocerlo y servirle, ojalá vuelva pronto, lo estaremos esperando”.
Llegamos a Bogotá alrededor de las siete de la noche. Mi hermano me esperaba. Fuimos a mi apartamento, Candelaria lo tenía impecable. Nos tomamos un whisky y me fui a dormir. En la mañana visité a mi abuela y a mi abuelo, ambos muy contentos con mi regreso. Empezamos a llamar a los amigos para que nos viéramos en la noche. Teresita no se esperó y llegó al momento. Hablamos un rato de Alfredo. Nos abrazamos con mucha emoción, la encontré muy linda. Me ayudó a preparar todo para recibir en la noche a los amigos, con las bebidas, los pasabocas, etc. Empezaron a llegar compañeros de curso, otros amigos y familiares y pronto llegaron los abrazos y los vivas por mi regreso. Baile, canciones y brindis en mi honor. Teresita y yo no nos separamos ni un momento. Pensé en la dicha posible de besarnos, de sentir su boca, en la dicha de saber que alguna noche no iba a dormir de nuevo solo.