Sexualidad y vergüenza
Helen O’Connell (Melbourne,1963), uróloga australiana, fue quien realizó la primera descripción detallada de la estructura del clítoris en 1998, en un artículo publicado en Journal of Urology. Allí explicaba el funcionamiento y la irrigación vascular, similar a la que se observa en el pene masculino. En 2010 publicó por primera vez una imagen en 3D, conseguida a través de resonancia magnética, del clítoris en estado de excitación. También escribió en 2017, en The Journal of Sexual Medicine, una refutación a la existencia del famoso ‘punto G’ en el que dice que no hay tal y que anatómicamente no es posible que exista ese punto, y que si existiera, sería el clítoris completo, con énfasis en el glande.
En una entrevista para El País de España, hace cerca de dos años, cuenta la uróloga O´Connell: «Hice mi doctorado sobre este órgano. Calculo que pasé 10 años investigando y continúo realizando estudios relacionados con él. El libro de anatomía con el que aprendíamos para convertirnos en cirujanos era inadecuado. Patentemente erróneo. Eso me dio una pista de que podía existir un problema mayor. Y probé que lo había. Muchos libros, también textos ginecológicos, la mayoría de la literatura médica moderna tenía errores o inexactitudes. La Anatomía de Gray, una especie de biblia para nosotros, era francamente inexacta. Afirmaba que el clítoris es como el órgano masculino, solo que más pequeño y luego no lo describía.»
“La sexualidad femenina ha estado encerrada en la vergüenza y la ignorancia desde el principio de los tiempos”, enfatiza O’Connell. Un ejemplo de ello es la mutilación genital femenina (MGF), en el que los tejidos de estos órganos son deliberadamente cortados, lesionados o eliminados parcial o totalmente. Según cifras de la ONU, una de cada 20 niñas y mujeres la han sufrido, especialmente en ciertos países musulmanes, aunque algunas comunidades indígenas también lo practican.
Como parte de nuestro interés en que la sexualidad (masturbación incluída) sea parte de la vida activa de las personas, aún en la vejez, publicamos este artículo de The Conversation, en donde Hellen King, historiadora médica, nos hace un breve acercamiento a los estudios realizados en diferentes épocas de este bendito y maldito órgano femenino que, aún hoy no ha sido debidamente entendido y reconocido pero que hace parte fundamental de esa sana sexualidad.
Quintopiso
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Breve historia del clítoris
Por Helen King*
“¿Cuál es la diferencia entre un bar y el clítoris? Que a la mayoría de los hombres no les cuesta encontrar un bar”.
En el mundo del humor, el clítoris sigue siendo un misterio: es supuestamente pequeño y por ello inevitablemente difícil de localizar. “¿Qué dinosaurio no se descubrirá nunca? El Clitaurus”.
A veces parece que la ciencia médica se ha interesado mucho más por el pene que por el clítoris. De hecho, hasta hace muy poco, el número de terminaciones nerviosas que se creía que había en el clítoris de una mujer era sólo una estimación y se basaba en investigaciones sobre vacas.
Pero investigaciones recientes en el clítoris humano real han descubierto que tiene más de 10 000 fibras nerviosas, un 20 % más de lo que se pensaba. En la nueva investigación se estudió tejido donado por hombres trans durante una operación de reafirmación del sexo de mujer a hombre. Los tejidos se tiñeron y se ampliaron 1 000 veces con el microscopio para poder contar las fibras nerviosas una a una.
Esto se produce tras la investigación en 1998 de la uróloga australiana Helen O’Connell , quien se hizo famosa por ser la primera persona en cartografiar completamente el clítoris utilizando resonancias magnéticas de mujeres. Y resulta que no es pequeño en absoluto. Lo que sucede es que sólo es visible el 10 % del órgano.
O’Connell ha contado cómo en su formación médica inicial utilizaba libros de texto que nunca mencionaban el clítoris y que consideraban los genitales femeninos como un “fracaso”. Así que se propuso comprender mejor esta parte del cuerpo de la mujer.
Un lugar erótico
Tanto el pene como el clítoris son órganos eréctiles. Junto con el “pequeño” oblongo de la parte visible –el glande–, el clítoris incluye tejido eréctil. Este tejido se llena de sangre al excitarse y se extiende hasta 9 cm, lo que lo hace más grande que un pene no excitado. Esto es importante porque, una vez excitado, los “bulbos” del clítoris se extienden hasta tocar la vagina y la uretra. El placer viaja.
La historia del clítoris se remonta mucho más atrás que las últimas décadas. De hecho, en la antigua medicina griega y romana era conocido como “un locus (lugar) erótico por derecho propio”. Se le llamaba puerta del vientre, lengua pequeña, garbanzo y arrayán. Con todo, la mayoría de las palabras utilizadas seguían sugiriendo que era pequeño.
A lo largo de su historia, los estudios sobre el clítoris se han basado más en la disección de cadáveres o de animales que en mujeres reales. En 1844, el anatomista alemán George Ludwig Kobelt utilizó clítoris disecados para ilustrar no sólo la parte visible, sino también las partes internas, lo que permitía hacerse una idea mucho mejor de su verdadero tamaño.
Kobelt inyectaba los vasos sanguíneos y linfáticos para comprender mejor cómo se suministraba sangre a los órganos eréctiles. Afirmaba que había muchos más nervios en el clítoris que en la vagina, y lo consideraba mucho más importante para el placer sexual.
Una parte nueva e inútil
Kobelt no fue el primero en darse cuenta de que el clítoris era un órgano importante. En 1672, en su libro Tratado sobre los órganos reproductores de la mujer, el médico y anatomista holandés Regnier de Graaf observó que todos los cuerpos femeninos que había diseccionado tenían uno visible, “bastante perceptible a la vista y al tacto”.
Continuó describiendo “otras partes” del clítoris ocultas en la zona grasa del pubis, incluidos los bulbos del clítoris. Comentó: “nos sorprende enormemente que algunos anatomistas no hagan más mención a esta parte como si no existiera en absoluto en el universo de la naturaleza”.
Precisamente, antes de De Graaf algunos anatomistas negaban que existiera el clítoris. En 1543, Andreas Vesalius, anatomista, médico y autor de uno de los libros más influyentes sobre anatomía humana, De Humani Corporis Fabrica (Sobre el tejido del cuerpo humano), respondió a los rumores de su existencia desechándolo como “una parte nueva e inútil”.
No todo el mundo estaba de acuerdo, y en 1559 el cirujano italiano Realdo Colombo publicó su De re anatomica (Sobre las cosas anatómicas). Lo sorprendente de la obra de Colombo es que, al igual que la de O’Connell, no se basaba sólo en la disección, sino también en el cuerpo femenino vivo, en la experiencia práctica del mismo.
Describió el hallazgo de una cosa hermosa, “hecha con tanto arte”, la sede misma del placer erótico de la mujer: un pequeño oblongo que, si se frota con el pene o incluso simplemente se toca “con el dedo meñique”, provoca un gran placer y la salida de “semillas” en todas direcciones, “más rápidas que el viento”. Una de las palabras para clítoris en latín era “gaude mihi”, que se traduce como “compláceme”.
Placer frente a procreación
Pero hay que ser cautos y tener en cuenta que toda esta atención histórica al clítoris no se debió a que los científicos estuvieran interesados en el placer femenino por derecho propio. Fue porque se creía que ambos sexos tenían que llegar al orgasmo para que se produjera la concepción. El placer se consideraba necesario para la procreación, no algo que se pudiera experimentar por sí mismo.
Esta antigua afirmación resucitó recientemente en un artículo de 2019 en la revista Clinical Anatomy, donde el fisiólogo reproductivo Roy Levin sugirió que la excitación del clítoris cambia el revestimiento del tracto reproductivo para que sea más probable que se produzca la concepción.
Para el placer, la procreación o ambos, aunque la ciencia sabe ahora mucho más que nunca sobre el clítoris, está claro que aún queda camino por recorrer, dado que investigaciones recientes muestran que muchas mujeres aún no son capaces de identificar correctamente sus genitales.
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*Helen King es Profesora Emérita en Estudios clásicos, en The Open University. Estudió Historia Antigua y Antropología Social en la UCL, donde también obtuvo un doctorado en Historia. Es historiadora de la medicina, especializada en historia de la obstetricia y la ginecología. Ha trabajado en las universidades de Cambridge, Newcastle-upon-Tyne y Reading. Sus publicaciones incluyen una breve introducción a la medicina antigua: medicina griega y romana.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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