Por Oscar Dominguez G.*

Como el día de los fieles difuntos suelo amanecer “aceptablemente póstumo”, toca reflexionar sobre la muerte. Es un truco para que el que baraja y da las cartas me prolongue la estadía en este acabadero de ropa llamado mundo.

La muerte ha perdido encanto y misterio. Ahora cualquier perico de los palotes se muere por cómodas cuotas mensuales. De un tiempo para acá, en algunas ciudades, la factura de la luz nos recuerda mensualmente lo fugaces que somos. Apenas un estornudo de eternidad. Muérase ahora, pague antes, es, en la práctica, el vendedor eslogan de las funerarias.

Algún día nos enterrarán primero y moriremos después. Lo digo por lo rápido que corre el tiempo y por la variopinta oferta que nos llega para sufragar los gastos exequailes. Falta que nos entierren con los puntos que hagamos por compras hechas en el supermercado. O con las millas acumuladas.

Muchas empresas incluyen el servicio de limusina, ese rascacielos acostado que halaga por última vez la vanidad del “homo horizontalis”.

Celebración de dia de muertos en México. Calaveras y catrinas decoradas que hacen parte del festejo. Foto: JBCubaque-Quintopiso

Los hay renuentes a contratar servicios funerarios. Asumen que es de mal agüero. Es el derecho a la ilusión de la inmortalidad. Los hay que se resisten a admitir que de esta existencia nadie sale vivo. (Hay una época en que todos somos inmortales: la infancia, pero de eso nos venimos a dar cuenta cuando empezamos a desaparecer).

En el “todo incluido” que nos ofrecen figura hasta la soprano que dará el desgarrador do de pecho final. Las lágrimas van en plato aparte.

Otro gran logro de la modernidad: ya no hay que cargar el féretro. La burocracia de la funeraria, en traje de parada al que poco le gastan lavandería, asume esa obra de misericordia, reservada a los más próximos al difunto: Los herederos, cuando la herencia es robusta. O los vecinos de la cuadra, si al interfecto se le fue la mano en pobreza.

El menú mortuorio incluye al cura que repite su monótona homilía entre el muerto que ya pasó y el que viene. Las homilías suelen ser tan parecidas unas a otras que solo cambia el estado del tiempo.

Celebración de dia de muertos en México. Altar con viandas que le gustaban al difunto. Foto: JBCubaque-Quintopiso
Celebración de dia de muertos en México. Altar con viandas que le gustaban al difunto. Foto: JBCubaque-Quintopiso

Todo muerto merece su orgía de elogios para hacer más llevadero “el tránsito de esta vida mortal a la eterna”. No hay muerto malo. De los muertos, hablar solo lo bueno, aconsejaban los romanos.

Asistimos a otro avance sustancial, tan importante como el descubrimiento del paso cebra, la máquina de coser o el cine: Adiós velaciones en casa. Es la mejor forma de humanizar la muerte, de empezar a procesar el duelo.

Era tan larga y devastadora la velación que se agotaban lágrimas, pañuelos, café, trago, frases lagartas y lugares comunes que remataban al finado si le quedaba algún hálito de vida.

Ahora el muerto queda en la soledad de él en compañía. También tiene que procesar su partida. Y para evitarles a los del más acá el costoso traslado de familiares remotos, se volvió costumbre la transmisión de la velación en directo. Hoy las plañideras tienen Internet. Muérase aquí que en Miami habrá quién lo llore por tv.

Tal vez sea por azar pero hace tiempos vivo cerca del cementerio. Levanto el pescuezo y veo el lugar donde retozan mis colegas futuros. Visito el lugar con relativa frecuencia.

ODG

Quienes quieran salirse del libreto, tienen otra opción: el video para anunciar que desocupan el amarradero. Así lo hizo el célebre humorista norteamericano Art Buchwald. Cuando murió, The York Times ofreció un video en el que el humorista se despedía: “Hola, soy Art Buchwald y acabo de morir”. Punto. Una noticia más contundente que una muerte repentina.

Yo di “instrucciones” a los míos para que esparcieran mis cenizas en algún riachuelo de Montebello, mi terruño. Pero mucho antes de que el papa Pacho en un descuido del Espíritu Santo se descachara prohibiendo regar cenizas por ahí al reverendo azar, en casa me notificaron: “Ni sueñes con que vamos a ir de Herodes a Pilato con tus cenizas. El muerto al hoyo y el vivo a la olla”. Y donde manda capitán, obedece marinero.

También escribí las palabras que se deberían leer en mis exequias. No quiero que en mis propias barbas vayan más allá pero tampoco más acá.

Tal vez sea por azar pero hace tiempos vivo cerca del cementerio. Levanto el pescuezo y veo el lugar donde retozan mis colegas futuros. Visito el lugar con relativa frecuencia. Era cliente del Cementerio Central de Bogotá. El personal difunto ya me conocía.

No me perdía serenata en memoria de José Asunción Silva y su hermana en la que se leen sus poemas.

“Confieso que he vivido” pero también admito que me sigue pareciendo poético el ataúd, máxime si es de madera de buena calidad, con incrustaciones de algo, una pinturita aquí, otra maricaita allá. En el ataúd está uno en la única posición aceptable para vivir plenamente la eternidad: decúbito dorsal.

¿Ceder órganos? Lo pensé, pero es mejor no encartar a nadie con esta derruida armadura. Ahora, si alguien me convence de que a mis 77 años y monedas hay alguna pieza, prótesis o presa aprovechable, con gusto reculo. Si la buena salud que he tenido es endosable, interesados favor pasar hojas de vida. (Hasta ahora lo más grave que me ha pasado es un cáncer, pero los médicos de Colsánitas, encabezados por el doctor Santiago Escandón, pusieron orden en la sala bisturí en mano. A la plata de hoy tendré que morirme de puro aliviado).

Bóveda de Petronila Posada, empleada del servicio muy amada en su casa. Cementerio de san Pedro, Medellín. Foto: ODG

Citemos el mantra de Santa Teresa para aplazar la cita con ese viaje con tiquete de ida nada más: “Ven, muerte, tan escondida, que no te sienta venir…”. Sabía la santa que lo malo no es la muerte, sino la “morida”, o sea esos momentos previos a la partida.

Imposible no citar al poeta del Líbano Khalin Gibran: “Porque la vida y la muerte son una, lo mismo que son uno el río y el mar”.

Dicen que lo malo de la muerte es que es para toda la vida. ¿Pero qué tal estar eternamente vivos?

Si el sueño, la siesta, es una muerte hechiza, inventada, en cada despertar reencarnamos en nosotros mismos.

Me he impuesto una tarea que no acabo de cumplir: Vivir como si acabara de sobrevivir a una muerte segura. El viejo gruñón del Mark Twain dio la receta ideal: Vivir de tal forma que lo lamente hasta el dueño de la funeraria. No creo que ese sea mi caso. Todavía…


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*Óscar Domínguez Giraldo, 77 años, nació en Montebello, Antioquia. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la  columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen másLo puede seguir en http://www.oscardominguezgiraldo.com/

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