Nuestro novel escritor de cabecera, Argemiro Paredes (96 años), sacando fuerzas y entereza luego de una triste situación familiar que lo afectó algunos meses, vuelve a deleitarnos con su creatividad y sentida escritura. Esta vez nos trae un cuento corto relacionado con el amor maduro, ese que poco se cuenta y que los jóvenes poco creen que se dé. Ese amor físico que aún a edad avanzada se sigue sintiendo y haciendo (no necesariamente con las consecuencias del cuento). Este es un amor que supera la edad y trasciende. La ternura es algo que siempre será bien recibida

Queremos traerlo también como ejemplo para algunas personas mayores que no lo tienen entre sus prioridades vitales por múltiples razones; que consideran que el sexo es para los jóvenes y no se permiten tener una sexualidad sana y amorosa. Queremos sensibilizar a nuestros lectores sobre un tema que ha sido tabú, que aún sonroja a más de uno y que será motivo de un artículo más específico. Ahí les queda la inquietud.

Quintopiso

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Amor Otoñal

Argemiro Paredes

Él, Marcelo Begnini, 92 años, ella Beatriz Cantor, 86, casados desde hace 70 años. Él, durante muchos años, primer violín de la orquesta de la Ópera de Milán, ella, estudiante de chelo en el conservatorio de la misma ciudad donde Marcelo dictaba clase. Se conocieron y se enamoraron locamente. Ella puso la condición de venirse a vivir a Bogotá; él, muy enamorado aceptó y se casaron. Tuvieron dos hijos: Guido, violinista, quien vive y trabaja para la Sinfónica de Nueva York y Claudia, que enviudó muy joven y se quedó cuidando a sus papás.

«Disfrutaron las delicias del amor, y en un momento, simultáneamente, sintieron un gran remezón en sus cuerpos. Ni él ni ella supieron que ese remezón sería el último de sus vidas.»

La otra noche, en la cama, Marcelo se quedó mirando los senos de Beatriz, caídos, arrugados, fríos. Sintió el deseo de acariciarlos y besarlos. Ella aceptó las caricias, y las disfrutó tal como lo hacía hace más de 30 años. Disfrutaron las delicias del amor, y en un momento, simultáneamente, sintieron un gran remezón en sus cuerpos. Ni él ni ella supieron que ese remezón sería el último de sus vidas. Se fueron quedando dormidos lentamente.

Al otro día, Claudia, preocupada porque no salían a desayunar, siendo ya las diez, entró a la alcoba de sus padres y los encontró desnudos, abrazados, con sus caras serenas y plenas de felicidad. Los llamó, los movió y entonces se dio cuenta que habían muerto. Llamó al médico de la familia, quien llegó a los pocos minutos. Entre los dos los separaron con mucho cuidado. El doctor los revisó uno por uno y este fue su concepto:

“Anoche mientras dormían, ocurrió un fulminante y simultáneo infarto, razón por la que los esposos Marcelo Begnini y Beatriz Cantor fallecieron.”

– Lo siento mucho Claudia, y la acompaño en su pena. Me llevo tres sentimientos de sus padres: primero una gran admiración por lo que vivieron anoche, algo de compasión, pero también un poco de envidia.

Con Dioselina, la empleada de servicio, los vistieron. Después, la funeraria y la cremación. Le entregaron sus cenizas a los tres días. Luego de una breve ceremonia íntima, acompañados de familiares y de dos amigos de Marcelo, subieron al cerro de Guadalupe. Allí lanzaron al aire las cenizas. En ese momento pasó un viento suave que las llevó hacia el bosque y los cerros cercanos. Se fueron dejando el recuerdo de haber disfrutado, aún en el otoño de sus vidas, su amor hasta el último día.

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Argemiro Paredes Chaves -Miro, como le decimos cariñosamente- (La Victoria, Valle, 1925), le gusta el tango y el fútbol (el América es su pasión), tocar el piano, leer, y revisar correos y mensajes de Facebook o Whatsapp en su tablet y ahora escribir; además, disfrutaba mucho el baile («tan bueno que baila el señor Paredes», comentaba la gente).Vivió la violencia partidista; sufrió en carne propia las angustias del 9 de abril en Bogotá; ha ‘sobrevivido’ a más de 20 presidentes y no recuerda alguno de manera especial. Trabajó en el tranvía; llevó cuentas y administró teatros, parqueaderos y otros negocios; viajó con su familia a conocer el país por carretera -cuando viajar por tierra era una odisea-, y le encantaba parar en restaurantes y fruterías a la orilla del camino. Se casó hace casi 70 años, tuvo 7 hijos y una vida con alegrías y penas, de la que no se arrepiente haberla vivido. Comenzó a escribir recién en el 2020, demostrando que no hay límite para la creación. Estas historias hacen parte de su vida.

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Esta abierta la invitación a escritores mayores de 60 que quieran publicar sus historias, anécdotas, cuentos y leyendas. Pueden escribirnos al correo quintopisojb@gmail.com. Creemos que hay escondido más de un contador de historias (reales o de ficción) entre nuestros lectores. Ánimo