Hoy les traemos a nuestro amables lectores del quintopiso.net un fragmento del libro “América, Tierra firme” del historiador y cronista colombiano Germán Arciniegas (1900 – 1999).

Caracterizado defensor de los hombres, las sociedades y las costumbres americanas, Arciniegas fue considerado y proclamado como “El gran americano”. Sus escritos destilan respeto y orgullo por nuestros antepasados. Del mismo modo, critica la soberbia y arrogancia occidental, dejando en claro el aporte e importancia de la cultura americana en el contexto universal (uno de esos aportes es nada más ni nada menos que la democracia como lo veremos en otra oportunidad).

En esta corta reflexión, Arciniegas se sorprende del desconcierto de los españoles frente a las borracheras de los indios (así como su desinhibida lujuria) provocadas por la chicha, las moras fermentadas o el pulque, sobre todo si se toma en cuenta que los europeos y la humanidad en general ha sido proclive a las bebidas embriagantes.

Bebidas alcohólicas

Nos describe el mapa de los licores del mundo y cómo éstos han sido un motor creativo y descongestionante, factor de relajamiento y de generación de nuevas relaciones y acuerdos (y también de muchos desacuerdos). Muestra, además, el interés que ha tenido el hombre de todas las latitudes respecto a los productos fermentados o embriagadores como parte de su cotidianidad e incluso como detonador de algunos acontecimientos históricos. Y justifica la actitud de los indios, entendiendo sus circunstancias y los momentos y lugares abiertos en que lo hacen, comparándolos con los europeos que lo hacen en sitios más cerrados y oscuros como escondiendo su alegría o su vergüenza.

Es un texto corto pero profundo respecto al sentido de las expresiones en embriaguez y al espíritu libre de la indiada americana. …Y de su aporte a la carta de licores del mundo!. Salud!

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En defensa del embriagante licor

Por Germán Arciniegas

«No he podido explicarme con toda exactitud la sorpresa de los españoles por las borracheras de los indios. Los borrachos incurren en necedades semejantes en todos los pueblos de la tierra, desde Inglaterra hasta Alemania y desde Noé hasta nuestros contemporáneos. Naturalmente, cada pueblo se emborracha con lo que puede. El que tiene uvas a la mano, exprime las uvas y hace que el vino fermente en los odres. El que sólo dispone de cebada, penetra las entrañas de este grano de cándido aspecto eucarístico y le arranca algún zumo de donde brote la rubia cerveza. Hasta de la cáscara de los árboles han podido los hombres sacar algo que les lleve ardores alcohólicos. Ignoro si ha nacido el pueblo que no se haya emborrachado. O el que no haya aprovechado la oportunidad de una fiesta religiosa para hundir su espíritu en los filtros báquicos.

Tienda y chichería, August Le Moyne / José Manuel Groot. Colección Museo Nacional de Colombia.

Tengo entendido que la misma torpeza y cierto estupor de idiotas que veía de cuando en cuando Homero en los borrachos de la Ilíada, son los que se reproducen en Los Borrachos de Velásquez.

Cómo es obvio, en la carta alcohólica del mundo, América tenía que presentarse con un licor propio. Si algo caracteriza, más que la lengua, más que la religión, más que la indumentaria, a un pueblo, es su cerveza, o su vino, o su whisky, o su vodka, o su chicha; es decir: su licor. Al decir: Vodka, cerveza, vino, whisky, ya hemos trazado un mapa, una carta geográfica inconfundible. Si vosotros tomáis este criterio y pensáis en la cerveza, tendréis ya a la Europa Central vista de cuerpo entero. ¿Quién puede decir, dentro de un pequeño reino híbrido como Bélgica, hasta dónde llega la influencia de Alemania y en dónde principia la de Francia? Si no es viendo hasta dónde llega la cerveza y desde dónde principia el vino, es poco menos que improbable precisar el límite.

Es el vodka lo que ha modelado el alma de los rusos; suprimid el vodka y la mitad de la literatura de ese país resulta incomprensible. Las jornadas francesas de todas las revoluciones, la formación de los ejércitos napoleónicos al regreso de Elba, la marcha del pueblo de París hasta el Palacio de Versalles, la traída del rey Luis XVI en medio de una manifestación hostil desde el remoto pueblo de Varennes hasta París, todo, hasta la última caída del gabinete, es una manifestación del vino, que produce tal suerte de reacciones.

Escena en una pulquería. Al fondo una versión de «Los borrachos de Velásquez. Antigua estampa mexicana.

América fue así. América se emborrachaba con moras, con pulque, con chicha de maíz. Los españoles estaban creyendo que todas las borracheras debían producirse bajo los emparrados del mediodía. Imposible una interpretación más limitada del alma de un pueblo. (…) Yo no sé si emborracharse sea una virtud o un vicio. Pero esos pueblos errabundos que se detenían durante un mes en el país de las moras para embriagarse con su jugo, se me ocurre que, si mucho, pueden ser juzgados como más libres, más amigos de la luz y del sol, que los otros, los pueblos de la taberna, que se acomodan para apurar licores a la sombra, en la sombra sórdida que hace bailar sin tino la llama rojiza del petróleo.»